EL REGALO DEL TIEMPO -Relato para mis nietos-.
El Regalo del Tiempo
Cada mañana, el abuelo Pepe se sienta junto a la ventana del comedor con una taza de café entre las manos. Es su costumbre. Le gusta mirar cómo entra la luz del sol, y ver aparecer sombras con figuras de cosas que antes había en casa y que ahora no están, las gomas de hacer músculos, viejas máquinas de escribir con las que trabajó...
A sus años, Pepe no necesita hacer grandes cosas. Las horas no le piden trabajar, ni cumplir horarios, le gusta dejarse llevar por los recuerdos.
Frente a él, la mesa está vacía, pero su imaginación le trae el recuerdo de cuando estaba llena de papeles en los que abundaban las frases sueltas que podían valer para el inicio de algún cuento.
Algunas veces se ha dicho a sí mismo que lo hace por necesidad, otras por costumbre, y otras —las más sinceras— para que lo recuerden cuando no esté.
Piensa en eso ahora, mientras toma el café sin prisa. Que tantos años de encerrarse a escribir, tantos textos sin lector, son solo su pasado. Ya no tiene esos años. Los ha tenido y los ha gastado como el pirulí que un niño chupa creyendo que no va a acabarse pero, se acaba. Pepe sabe que solo le queda el tiempo que Dios quiera prestarle.
No le molesta. Ha aprendido a no pelearse con el tiempo. Cada minuto que venga será un regalo. A veces viene cargado de alegría, como cuando los hijos y los nietos ocupan la casa entera y todo se llena de risas: Julia y Olmo, si no están dormidos del largo viaje, entran como torbellinos, y todo se llena de alegría.
Las sillas se arrastran, las galletas desaparecen, las preguntas llueven. y el abuelo sonríe. Se agacha en el suelo con ellos, torpe, pero decidido. Se sienta en la alfombra, coge las piezas de construcciones para hacer un edificio con patio donde meter los coches de Olmo como cuando era mas joven y lo hacía, aunque pocas veces, con la mamá y las tías. Es la misma sensación, es sentir que ha valido la pena por disfrutar de las risas de Julia y Olmo y también de María, que, a escondidas, hace fotos para que quede el recuerdo.
Porque ahora, Pepe, sabe algo que antes no sabía. Que los años vividos ya no se tienen aunque se diga que sí, que tengo tantos años es mentira, esos son los que se fueron, los que no se tienen, los que se han ido ya. Lo único que se tiene, piensa Pepe, es este rato. Esta hora. Este regalo.
Y si ese regalo está lleno de juegos, de nietos revoloteando por la casa como pajarillos, entonces, entonces... con eso... solo con eso, es más que suficiente.
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