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Mostrando entradas de julio 6, 2025

Lo que recuerdo del tío ERNESTO

  Lo que recuerdo del tío Ernesto                                             Un relato de Pepe RAMOS Me llamo Clara, tengo veinte años, un novio un poco vago porque repite curso, estoy haciendo limpieza aprovechando que los papás están en un viaje del CLUB DE LOS SESENTA y por eso, al encontrar, entre los papeles viejos, una foto que el tío Ernesto se hizo con mis padres, me ha venido el recuerdo de cuando apareció en casa  preguntando si vivía allí un tal Jonás Vicente, y mi padre se quedó con la boca abierta, no se habían reconocido, hasta que mi padre se dio cuenta de quién podía ser y dijo dubitativo: "¿Tú... tu eres Ernesto, el hijo de tío Braulio...?" El tío se echó a llorar y se abrazaron un buen rato hasta que mamá dijo: "¿Quién ha llamado, nena?" y a papá: "¿Vienes o no, marido?, que estamos comiendo..." El tío Ernesto era muy alto, o al m...

DENTRO DE LA MISMA RUTINA

  DENTRO DE LA MISMA RUTINA Aníbal Sánchez se quedó solo en el pueblo a los cincuenta y cinco, como un roble viejo en medio del campo. Sus hijos, uno a uno, se fueron marchando a la capital en busca de una vida mejor a la que tenían con su padre, lejos del surco, del polvo, del sudor. Los tres hijos que tuvo Anibal con Rosa fueron siempre su gloria bendita, "salieron listos los condenaos" ahora tienen sus trabajo con horario de oficina, sin azada ni yunta, sin el olor a tierra recién removida ni el canto del gallo.  A las seis de la tarde, vuelven cada uno a su casa en el autobús, besan a los crios y a la mujer, ven un rato la televisión mientras cenan y se acuestan para despertar al día siguiente, a la misma hora, dentro de la misma rutina. Aníbal, en cambio, vive en otro tiempo. Se despierta cuando canta el gallo, sin prisa. Prepara su café con leche migada, lo toma sentado frente a la ventana que da al corral, y antes de ponerse la chaqueta, se acerca a la repisa donde ...

LA TELEVISIÓN Y EL PODER

  Un relato de Pepe Ramos. Cada noche, en miles de hogares, la escena se repite: alguien enciende la televisión, escucha al presidente hablar, y suelta un insulto al aire. A veces con rabia, otras con resignación. Como si gritarle a la pantalla pudiera cambiar algo. Mientras tanto, en su despacho bien iluminado, el presidente  sonríe con calma. Sabe jugar el juego. Domina las palabras, los gestos. Cada crisis es una oportunidad de estirar un poco más el hilo del poder. El presidente es malabarista, sí. Y equilibrista. Pero sobre todo, tiene muchos ojos que observan las reacciones de la ciudadanía y se lo cuentan, por eso, por esos ojos que observan lo que pasa ahí fuera, el presidente, cualquier presidente, es un  espectador experto de una ciudadanía cada vez más dividida. Cuanto más dividida más fácil de dominar. Los que lo critican en voz baja, en la mesa del bar, en un tuit que se pierde entre otros millones, o frente a un informativo de televisión que no escucha. ...