EL PAYASO DEL CUARTO DE ARRIBA

 


El Payaso del Cuarto de Arriba


                Un cuento de Pepe RAMOS para sus pequeños nietos Julia y Olmo.


Cada mañana, en cuanto se despierta, sin encender la luz del dormitorio para no despertar a su mujer, Pepe se sienta frente al ordenador. La luz de la pantalla es la única lámpara encendida en toda la casa. Solo ha calentado un poco de café del termo de ayer tarde.  Los vecinos lo conocen como "el viejo del segundo", y eso es todo. Nunca sale antes del mediodía. Nunca responde cuando le dejan publicidad bajo la puerta. Pero él no es raro. Su único afán es hacer algo importante.

Los textos se acumulan en carpetas con títulos optimistas: Siempre se está al principio... Nada es lo que parece...  Ensayo sobre lo esencial. Nunca le parece que estén perfectamente terminados. A veces, pasa mañanas enteras leyéndolos y tachando y añadiendo y volviendo a releer “¿Para qué?” Otras veces, simplemente los borra con un poco de alivio y cierta pena. Como si tirar esas palabras fuera tirar también una parte de sí mismo que ya no quiere mirar.

Un día soñó con su madre, la anciana Felicitas estaba doblando su ropa. En el sueño, ella hacía montoncitos ordenados, como si su camisa favorita y sus manuscritos pudieran ir en la misma bolsa para caridad. Como si todo lo que fue pudiera meterse en un paquete que dijera “donar”.

Esa mañana, no escribió. Se quedó mirando la pantalla encendida. Luego apagó el ordenador, fue a la cocina y rompió el hábito de años: salió a la calle.

La calle olía a pan y al ozono de la lluvia de la noche y a gasolina. Caminó sin rumbo, como quien espera que algo lo  despierte. En una plaza pequeña, vio a un niño reírse a carcajadas con un payaso callejero. El maquillaje del payaso era pobre, los globos, de colores, volaban mientras el payaso murmuraba algo inaudible y el niño, no podía dejar de reír. Fue entonces cuando Pepe entendió todo.

"Todo lo que hacemos no tiene que ser importante para los otros ni tiene que dejar recuerdo. Algunas cosas se hacen solo para que alguien ría, o llore, o piense, gracias a ti.

Volvió a casa al anochecer. Abrió el ordenador. Escribió un cuento corto, un cuento infantil para sus nietos pequeños y lo tituló "El payaso del cuarto de arriba", se lo envió y esa noche durmió sin soñar.

Al día siguiente, salió a la calle sonriendo, algo que hacía mucho tiempo había olvidado. Había olvidado sonreír.


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