Se puede respirar sin pedir permiso.
A pesar de todo aún se puede respirar sin pedir permiso
Breve relato de Pepe RAMOS
A veces me despierto y tengo la sensación de que todo tiembla. Y no sé si es por la edad, o por el mundo. Tal vez sean las dos cosas. La democracia que conocí ya casado y padre de familia, que nos ayudó a salir del miedo, hoy parece un barco sin timón movido por el viento de unos intereses que no entiendo, o quizá no quiero entender. Los políticos hablan, prometen, se contradicen, y los jueces, que deberían estar por encima del ruido, terminan bailando al compás que les marcan desde los despachos.
Se ha perdido el pudor y la vergüenza. Ahora roban como el producto de los robos fuera parte del sueldo, piden perdón y nos piden paciencia, insisten en que pensemos en el bien común.
Nosotros… ¿qué hacemos nosotros?, miramos y callamos. Si acaso opinamos en voz baja. Encendemos el telediario mientras comemos, y nos sirven la corrupción como si fuera el primer plato y con pan para mojar.
A pesar de todo, pienso que no hay alternativa mejor. Hay que recordar lo que era este país hace setenta años, entonces se callaba y se temía lo que no nos atrevíamos ni a nombrar. Esta democracia, aunque está a medio gas, esta libertad a medio gas es preferible a cualquier otra forma de gobierno que nos cierre la boca.
Prefiero los días de invierno con la posibilidad de decir lo que pienso. El Covid19 fue un mazazo, nos trajo enfermedad y muerte, dejó pobreza, hospitales colapsados, miradas desconfiadas en las calles, en la tienda, en los lugares públicos
Nos cambió sin que nos diéramos cuenta. Y la política no estuvo a la altura. No supo abrazar, no supo cuidar. Ahora queda una sociedad rota, confundida. Buscamos certezas, y eso es lo más peligroso: cuando la gente busca certezas, es capaz de aceptar lo que sea. Incluso lo que no debería.
Y las guerras… las otras guerras. Las de siempre, que ya ni se mencionan, y la de Ucrania, que nos duele más porque es aquí al lado. Porque nos recuerda que Europa no es invencible. Que Rusia juega sucio, juega fuerte. Y si gana, es malo. Pero si pierde… si pierde puede ser peor. Porque un oso herido ataca. Y me da miedo, lo confieso. Me da miedo porque la historia siempre acaba cobrándose las deudas con sangre joven.
Así que sí, estoy cansado. Y sí, tengo miedo. Pero no he perdido la fe. No del todo. Porque aún creo que la democracia, incluso esta que tambalea, es el único lugar donde se puede respirar sin pedir permiso.
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