LA FAMILIA Y EL DINERO.

 

LA FAMILIA Y EL DINERO.

                        Un relato de PEPE RAMOS



El tren hizo su entrada en la estación de Campo Grande en un día gris que hacía presagiar molestias y  lluvias. Tamara bajó del vagón con desagrado, arrastrando su maleta negra que le hacía pisar con dificultad en el andén. Vestía un traje oscuro y, a su juicio, muy adecuado para un velatorio, inmediatamente divisó junto a la puerta de salida a  Andrés que la esperaba con las manos en los bolsillos del abrigo, la bufanda medio deshecha y un gesto que oscilaba entre el afecto y el compromiso.

—Hola, Tamara —dijo él, avanzando un paso y tomando la maleta.
—Andrés,- respondió Tamara como por compromiso  con una leve inclinación de cabeza-.

Se dieron dos besos en las mejillas. Caminaron juntos, pero no al mismo paso.

—Gracias por venir. Mi madre... En fin, le hará bien verte —dijo él, sin mirarla.
—Lamento lo de tu padre. No sabía cuánto me apreciaba hasta esta llamada —respondió ella sin ocultar cierta perplejidad.


En el despacho del notario Don Adolfo Cisneros, la tensión podía cortarse con una navaja. Estaban presentes Andrés, Tamara, la madre —doña Leonor Figueroa de Villalta, una mujer que aún imponía respeto con su sola presencia—, y un par de primos que, con discreción mal disimulada, esperaban recibir algo de la herencia.

Tamara no pensaba quedarse mucho tiempo. Había venido por respeto. Acompañó a Andrés al despacho del notario más por curiosidad que otra cosa. Su actual pareja, Mateo Olivares, un joven abogado la había animado a aceptar la invitación. Por si acaso, había dicho. Tamara  lo dejó pendiente del resultado de la lectura del testamento, comprometida a llamarle para contarle las curiosidad que pudieran darse.

Don Adolfo alzó la vista tras leer el encabezado del testamento, expectante ante las reacciones que pudiesen surgir ante la lectura de las últimas voluntades de Don Eusebio, era el único que sabía cuales habían sido las disposiciones de su amigo. Carraspeó y reanudó la lectura con voz un poco engolada.

—Don Eusebio Villalta ha dejado disposiciones claras. En primer lugar, lega el usufructo vitalicio de la residencia principal de la familia, en la calle Castelar, a su esposa, doña Leonor Figueroa...

Un suspiro de alivio se escapó de los labios de la madre.

—... así como el uso de la finca de verano en Riaza y un estipendio mensual de tres mil euros. En cuanto al resto de los bienes muebles e inmuebles, incluyendo cuentas bancarias, acciones y las propiedades en Madrid, Segovia y León...

Aquí el notario hizo una pausa. Observó curioso como se inclinaban todos hacía adelante con curiosidad morbosa.

—... dichos bienes se dividen en partes iguales entre su hijo, Andrés Villalta, y su nuera, doña Tamara Ortega.

Hubo un silencio casi teatral. Tamara parpadeó. Andrés giró la cabeza hacia ella como si no entendiera las palabras.

—¿Qué? —dijo su madre en voz alta, descomponiéndose—. ¿Tamara?

—Así lo estipula el testamento, doña Leonor —confirmó Don Adolfo, mostrándoles el documento.

Esa noche,  Mateo escuchó muy feliz el relato de Tamara, sus ojos brillaban como estrellas, primero por la emoción, como por lo que le podía corresponder a él, -bienes gananciales, Mateo, bienes gananciales, pensó frotándose las manos con el teléfono en el hombro.

—Entonces tienes derecho a la mitad de todo eso... Tenemos  que reclamar lo que te corresponde. No dejes que Andrés te manipule. Yo puedo jugar en ese partido como tu abogado...

Tamara se sorprendió por las palabras de su novio, le parecía un poco calculador," ¿Qué tenía que ver Mateo en "su  herencia"? Era cosa suya y de Andrés..."

Mientras tanto, Andrés le daba vueltas a las palabras de don Rodolfo, ¿Repartir todo con Tamara?, no puede ser, no puede ser, Tamara y yo tenemos vidas separadas, no tenemos nada que ver... ¿realmente estaba cerrado lo suyo con Tamara? ¿Y si...?

El enfrentamiento

Dias después, Tamara y Andrés revisaron los documentos de propiedad cuando Mateo se presentó sin avisar. Andrés lo recibió con visible desagrado.

—¿Qué hace él aquí? —preguntó Andrés, con evidente molestia y cierto desdén.
—Soy el abogado asesor de Tamara. Legalmente tiene derecho a todo lo que tu padre le dejó. Tu padre, Andrés, son unas propiedades que requieren asesoramiento legal y ella me ha pedido que venga. Espero que lo entiendas —respondió Mateo.

—No necesito un abogado metido a novio que hable por Tamara- respondió Andrés ahora totalmente en desacuerdo.

—Tal vez deberías haberlo pensado antes de romperle el corazón —espetó Mateo, con tono venenoso-.

Andrés se lanzó a Mateo con el puño en alto, Tamara se interpuso.

—¡Basta! ¡Esto es un tema muy serio, dejad los egos a un lado o me voy yo —gritó Tamara.

Silencio.

Tamara se giró hacia Andrés con la mirada firme.

—No voy a dejarme arrastrar por la culpa. No me interesa ni tu dinero ni volver contigo. Ya decidiré que hago con lo que tu padre me ha dejado. No tú.—miró a  Mateo con irritación-, no estoy dispuesta a aceptar presiones de nadie.

Días después del enfrentamiento entre los tres,  Andrés, dispuesto a dar salida a aquella situación, llamó a Tamara. Tenía una idea clara de lo que le interesaba hacer.

—Tamara, cariño, necesitamos hablar —dijo muy serio y sin preambulo alguno.

Quedaron  en el café de siempre, el que frecuentaban cuando eran pareja. Las ventanas empañadas por la lluvia, el aroma a café tostado, la música de fondo, todo parecía conspirar para traer recuerdos. Pero no estaban allí por nostalgia.

—Quiero hacerte una propuesta —empezó Andrés mientras echaba el azúcar, parecía tener prisa por llegar a explicar su idea—. Finjamos estar juntos otra vez. Por la familia. Por el notario. Por... conveniencia.

Tamara lo miró escéptica.

—¿Conveniencia para ti?

—Para los dos —insistió él—. Escúchame: si mostramos que estamos juntos como papá pensaba... el patrimonio puede quedar más fácilmente gestionado como un todo. Nadie objetará tu parte,  De esta forma no tendremos que dividir los bienes con extraños. Nos beneficiaremos ambos. Legalmente, emocionalmente... y ante la familia.

Tamara lo pensó unos segundos. Mateo le había dejado claro su interés económico. Como si ella fuese la llave del  botín. Siempre que fuese una farsa, podría funcionar, había mucho que ganar y a Mateo... qué le den.

—¿Y si acepto? ¿Qué nos garantiza que uno de los dos se quede con todo y desaparezca?

—Nada. Si lo hacemos bien, los dos ganamos. La imagen de una pareja consolidada abre puertas en la sociedad a la que pertenezco. Además... —Andrés hizo una pausa teatral— me parece que a Mateo no le gustaría demasiado, piensa en la mitad de tu parte... como mínimo.

Tamara sonrió satisfecha, Por primera vez tenía el control.

—De acuerdo. Pero con condiciones. Tú te encargas de tu madre, de hacerle creer que hemos vuelto... y yo me encargo de Mateo.


En muy pocos días, la noticia del supuesto reencuentro amoroso no tardó en circular por la familia. Doña Leonor, aunque incrédula, sonrió con satisfacción. "Mejor así", decía. "La familia, unida, es lo más importante".

Mateo, sin embargo, no tardó en enfrentarse a la realidad. Fue a buscar a Tamara y la encontró con Andrés revisando documentos de la herencia.

—¿Qué estás haciendo, Tamara? ¿Estás con él de nuevo?

—Sí —respondió ella sin vacilar—. Andrés me da lo que tú no supiste darme: estabilidad. Respeto. Y ahora... un futuro.

Mateo estalló.

—¡Todo esto lo haces  por el cochino dinero! ¡Tú no quieres a Andrés, lo que quieres es su dinero...

Tamara se levantó, firme.

—No me subestimes. No te equivoques. Yo decido por mí.

 Mateo intentó impugnar el testamento, alegando supuesta manipulación emocional de Andrés. Pero sin pruebas, fue rechazado por el mismo notario quien además, dejó claro que las disposiciones del señor Villalta eran intocables.

—Usted no figura en este asunto, señor Olivares —dijo el notario con voz seca—. Y le aconsejo retirarse antes de que su insistencia lo exponga a una denuncia por difamación.

Tamara y Andrés mantuvieron la farsa con eficiencia. Cenas familiares, fotos en redes sociales, cuidadosamente filtradas, comentarios en la prensa local. Incluso crearon una fundación  en nombre del difunto Eusebio.

Pero en privado, las cosas eran frías. Cordiales, sí. Estratégicas.

Una noche, Andrés le preguntó:

—¿Y después qué, Tamara?

—Después cada uno sigue su camino. Con lo que le corresponde. Sin mentiras, sin venganzas —respondió ella, sirviéndose una copa de vino.

—¿Nunca te planteaste... que podríamos volver de verdad?

Ella lo miró con una mezcla de dulzura y piedad.

—Andrés... Yo no quiero volver a amar por miedo a perder lo que es mío.

Él asintió. Con más respeto que tristeza.

Mateo regresó a Madrid, con  rencor y una derrota profesional. Su relación con Tamara se redujo a un recuerdo incómodo.

Andrés y Tamara, por su parte, conservaron la fachada mientras les  fue útil. Luego, poco a poco, cada uno tomó posesión de su parte: ella la casa en León y ciertas inversiones, él las propiedades en Segovia y el control de la empresa familiar.

No hubo reconciliación real, pero sí un acuerdo honesto entre dos adultos que consideraron que a veces el amor no es más que un pacto con la memoria. Y que el dinero, al final, desnuda a cada uno y lo muestra tal cual es.

Al año siguiente, en una tarde templada de otoño, Tamara y doña Leonor tomaban el té. Era la primera vez que estaban solas desde la lectura del testamento.

Doña Leonor, de luto riguroso, con un broche de esmeraldas antiguas. Tamara, en cambio, había optado por un conjunto azul celeste. Ambas pertenecían a mundos distintos. esa tarde tocaba jugar al mismo juego, el poder social.

—Me alegra comprobar que os habéis reencontrado —dijo la madre, con una sonrisa discreta—. Mi esposo... siempre te tuvo en alta estima. Más que a algunas personas de su propia sangre, si he de ser franca.

Tamara ladeó la cabeza con cortesía.

—Don Eusebio fue un hombre sabio. Y muy... meticuloso.

Leonor bebió un sorbo de té.

—En esta familia, Tamara, no se sobrevive siendo ingenua. No me importa si tú y Andrés os amáis o no. Lo que importa es que la familia no se fracture. La sociedad mira, y la herencia no es sólo dinero. Es imagen. Continuidad.

—Estoy de acuerdo —respondió Tamara, con una sonrisa leve—. Su hijo me enseñó a mantener las apariencias.

Hubo una pausa larga, cargada de cierta indiferencia. Ninguna confiaba en la otra y ninguna lo ocultaba.

—Eres inteligente —concedió Leonor—. Lo suficiente como para saber que en este mundo, una mujer sola no llega lejos. Pero una mujer que entiende las reglas... puede superarlas.

Tamara sostuvo su mirada con calma.

—Yo no vine a esta familia para ser querida. Vine para hacerme respetar.

Leonor asintió.

—Entonces, bienvenida —dijo, alzando su taza en un gesto casi ceremonial.

Ambas brindaron con té frío, sonriendo con los labios y calculando con los ojos.

Y en ese breve instante, sin afecto ni rencor, sellaron un pacto silencioso: mantener el equilibrio y no estorbarse más de lo necesario.


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