Lo que recuerdo del tío ERNESTO
Lo que recuerdo del tío Ernesto
Un relato de Pepe RAMOS
Me llamo Clara, tengo veinte años, un novio un poco vago porque repite curso, estoy haciendo limpieza aprovechando que los papás están en un viaje del CLUB DE LOS SESENTA y por eso, al encontrar, entre los papeles viejos, una foto que el tío Ernesto se hizo con mis padres, me ha venido el recuerdo de cuando apareció en casa preguntando si vivía allí un tal Jonás Vicente, y mi padre se quedó con la boca abierta, no se habían reconocido, hasta que mi padre se dio cuenta de quién podía ser y dijo dubitativo: "¿Tú... tu eres Ernesto, el hijo de tío Braulio...?" El tío se echó a llorar y se abrazaron un buen rato hasta que mamá dijo: "¿Quién ha llamado, nena?" y a papá: "¿Vienes o no, marido?, que estamos comiendo..."
El tío Ernesto era muy alto, o al menos eso me pareció a mí, claro que yo, entonces, tenía ocho años y todo el mundo me parecía alto, pero el tío Ernesto, como estaba muy delgado, parecía mucho más alto, pasó cojeando un poco y arrastrando una maleta muy grande, vestía un traje fino, de verano, de un verde chillón y zapatos blancos y negros, brillantes. como si fueran de charol, me recordaron los de un bailarín que había visto en una película a la que me llevó papá, y las gafas eran raras, raras, de concha y con cristales de color naranja. parecía extranjero o algo así, pasó detrás de él haciendo gestos a mamá y luego comentó: "Es el primo Ernesto, ya te he hablado alguna vez de él" y mamá me dijo: "niña, anda, trae otra silla para el tío" y corrió a buscar platos y cubiertos para que el tío comiese con nosotros. El tío hablaba muy bajito y despacio, como si tuviese miedo a molestar, al menos eso me pareció a mí.
Verlo comer con aquel ansia me hizo pensar que hacía mucho que no había comido pero sus palabras y su sonrisa hicieron que me cayera bien desde el primer momento. Mamá decía que había pasado mucha hambre por esos mundos de Dios. Él no decía nada triste, nunca mencionó que hubiese pasado hambre ni calamidades, solo contaba cosas bonitas, lo bonito que era ver subir los trenes por las montañas en Suiza, que él había vivido muy bien en Suiza de joven cuando trabajaba en una fábrica de chocolate, que su trabajo consistía en vigilar que todos los paquetes que pasaban por la cinta delante de él estuviesen bien. él controlaba la cinta y eliminaba los que tenían defectos, tenía que tener mucha vista y prestar atención, no se podía dejar pasar nada, luego viajó a Francia y en París lo pasó peor, la comida no era muy buena y el trabajo en una serrería era duro, muy duro, solo le gustaba la vida nocturna, la vida nocturna era muy divertida, la gente, en algunos barrios , cantaba por las calles cuando estaban bebidos sin miedo a las multas.
Yo lo escuchaba con los ojos bien abiertos, tratando de quedarme con cada palabra. Sentía que cuando hablaba, mi mundo se hacía más grande.
Lo que me preocupó fue que se paseaba por las noches pasillo arriba y pasillo abajo murmurando cosas en otro idioma
Una noche que yo no podía dormir, salí al pasillo con la escusa de ir a tomar un vaso de leche y lo vi allí, al lado de mi cuarto con el bombín puesto y pensé que igual quería irse en algún tren que saliera en mitad de la noche pero no llevaba la maleta y al verle así, no sé por qué, me dió por pensar que no quería dormirse por miedo a no despertar.
El día que se quedó en la cama, mamá se asustó mucho, llamó al médico y cuando vino y lo auscultó dijo que tenía falta de hierro, yo no entendí mucho, solo que llevaba mucho tiempo así. Mamá me dijo que no les había dicho nada de su enfermedad por no preocuparnos o quizá ni siquiera sabía que era algo malo. Papá y mamça hablaban cuando creían que yo estaba en mi cuarto pero escuchaba desde el pasillo que el tío Ernesto se iba a ir otra vez… pero que esta vez sería para siempre.
Yo quería recordar todo lo que decía, sus historias, sus frases raras, incluso cómo se reía bajito cuando mamá le servía arroz con garbanzos que decía que eran buenos para la alegría, tenía los dedos largos y se le veían las venas como ramas secas que temblaban un poco cuando me acariciaba la cabeza.
En los días que estuvo en cama antes de ir al hospital yo pasaba a su habitación y me sentaba en una silla junto a su cama, él me pedía que le contase cosas del colegio, de los recreos, los amigos, qué era lo que más me gustaba y cuando le dije que las matemáticas se sonrió y me decía: "aprovecha bien el tiempo, hija, que en nada nos hacemos grandes y luego no se pueden hacer ciertas cosas“, Le pregunté por qué me decía eso y se puso serio. Pasó un rato y luego respondió: "Si yo hubiese estado a gusto en la escuela no me hubiera ido a recorrer mundo y estaría todo más en orden... no sé si me explico... Me fuí porque pensé que no me querían, que les parecía raro... Antes las cosas eran distintas... Les dije a mis padres que me iba y se limitaron a darme algo de dinero sin preguntarme el por qué, ellos también me veían raro, como los chicos de la escuela" Aquella fue la última vez que hablamos, una tarde al volver del colegio ya se lo habían llevado al hospital y no volví a verlo.
Otro día comentó papá, como si no fuese nada importante: Mañana es el entierro de Ernesto, pero tú vas al colegio, las niñas no van a esos sitios..." Y después, escuché que decía a mamá: "Mi primo ha sido siempre un hombre extraño, que no luchó como es debido, que se dejó ganar por la desidia" .Yo no sabía entonces que era desidia pero ahora al recordar al tío Ernesto creo que papá tenía razón, que simplemente fue un hombre que no se adaptaba a la vida de ahí el vagabundeo en el que vivió siempre.
Hoy, me doy cuenta de que lo echo de menos. Que el pasillo se ha vuelto demasiado silencioso.
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