LIOS DE FAMILIA.
Lios de Familia"
Faltaban veinte días para la boda.
Alejandra sonreía como ante su próxima boda, no existiera otra posibilidad más que la felicidad. Yo la miraba arrobado y agradecido porque, pese a la emoción del momento Alejandra no mostraba ni un solo gesto de nerviosismo. Se mostraba firme, confiada, serena. Y eso me tranquilizaba aunque no las tenía todas conmigo. No sé por qué pero veía algo raro en todo aquel trajín del ajuar, la boda, la familia etc.
Nuestros padres, viejos conocidos, veían todo lo que estaba ocurriendo como lo más normal del mundo, se diría que había sido cosa suya el emparejarnos y que todo lo que ocurría era algo que tenía que ocurrir, que era lo esperado y se veía el futuro tan claro como el cielo de agosto.
Alejandra sabía, se lo había contado desde el principio, que yo no quise estudiar y comencé a trabajar con mi padre en la obra, cargando ladrillos y aprendiendo el oficio desde el suelo a los catorce años. En poco tiempo pasé de aprendiz a encargado. La empresa, contenta con mi interés por el trabajo y el negocio estabadesempeño, ya insinuaba que podía quedarme con responsabilidades mayores. Y así fue.
Los años pasaron, veinte en total. Alejandra y yo éramos ahora un matrimonio sólido, de los que ya no necesitan hablar para entenderse. Habíamos construido una vida entre cemento, proyectos y reuniones familiares. Teníamos dos hijos: Margarita y Raúl.
Y ahí comenzó otro capítulo.
Margarita siempre fue libre. Tenía una energía arrolladora, una mezcla de seguridad y rebeldía que a veces nos hacía enorgullecernos, y otras... bueno, nos hacía preocuparnos. Iba de novio en novio. A veces pensábamos que por fin había encontrado a alguien estable, pero cuando el rumor del embarazo empezaba a sonar —más por nuestras sospechas que por otra cosa— el muchacho desaparecía. Así, sin más.
Raúl, en cambio, era distinto. Observador, prudente. No intervenía mucho, pero estaba al tanto de todo. Conocía a los novios de su hermana, investigaba a sus familias. Era como si se sintiera obligado a protegerla desde la sombra. Y nunca nos dijo por qué lo hacía con tanta intensidad.
Fue entonces cuando apareció Tony. O mejor dicho, Gabriel, su padre.
Una tarde cualquiera, sin anunciarse, se presentó en nuestra casa. Venía con prisas y con palabras ásperas: "Tu hijo ha dejado embarazada a mi hija. Exijo que se casen." Nos miramos sorprendidos. Raúl no había dicho nada, pero cuando le preguntamos, no lo negó. Hablamos con ambos y, entre la incomodidad y el compromiso, aceptaron casarse. Dijeron que querían algo sencillo, en familia. Nos pareció bien. Total, los tiempos habían cambiado.
Pero algo no encajaba. Tony era... demasiado amable. Demasiado interesada. Cada conversación terminaba girando hacia nuestros negocios, nuestros ingresos, nuestros viajes. Cuando le pregunté por el embarazo, sonrió vagamente. "Va bien," dijo. Nunca dio más detalles.
Todo se derrumbó de golpe. Raúl, que había comenzado a dudar, revisó algunos papeles y descubrió que Gabriel, el padre de Tony, estaba al borde de la quiebra. Su empresa de mudanzas debía más de lo que ganaba, y el supuesto embarazo no era más que un anzuelo para arrastrarnos a una boda que les asegurara un salvavidas económico.
Cuando se destapó la mentira, la boda ya había tenido lugar. La desilusión fue doble: Raúl se sintió traicionado y humillado, y nosotros... también. Alejandra y yo comenzamos a discutir más de lo habitual. Ella decía que yo había forzado a nuestro hijo a casarse. Yo le reprochaba su pasividad. Las grietas, que antes no veíamos, ahora eran muros. Terminamos por divorciarnos. Después de tantos años.
Raúl también se separó. Lo intentaron, por un tiempo, pero el daño estaba hecho. Tony no dejó de presionar con temas económicos, y él no soportaba la falsedad. Al final, se fue. Se marchó del país durante un tiempo. Creo que buscaba reencontrarse.
Margarita, en cambio, tomó un camino diferente. Sola, pero firme. No quiso saber más de relaciones inestables ni de promesas vacías. Se enfocó en su carrera en la moda. Empezó como asistente en una firma pequeña, y ahora viaja a pasarelas en Madrid, París y Roma. No la vemos tanto, pero cuando llama, su voz suena libre. Y eso, al menos, nos consuela.
A veces Alejandra y yo coincidimos en alguna reunión familiar. No hablamos mucho, pero hay una especie de respeto silencioso entre nosotros. Sabemos que el amor no se perdió: solo no supo resistir ciertos golpes.
Raúl volvió hace poco. Dice que está mejor, más centrado. Margarita sigue sola, aunque feliz. Y yo... yo sigo construyendo. Edificios, casas, nuevas vidas. Pero a veces, cuando camino por una obra en silencio, me viene a la mente aquella boda que parecía el inicio de todo.
Y me pregunto: ¿Cuándo comenzó realmente esta historia?
Quizás no fue hace veinte días de aquella boda con Alejandra. Quizás comenzó mucho antes. O quizás... no ha terminado aún.
Comentarios
Publicar un comentario