LAS PREGUNTAS DE MENDEZ
Las
preguntas de Méndez
Pepe Ramos
Después
de un montón de noches buscando en todos los antros, por fin, ¡eureka! Encuentro a la
chica de la foto, está aquí, frente a mí, bailando en una jaula adobando los
peores instintos de una caterva de babosos.
¿Es
lo que estaba esperando? Sí, Méndez, sí, sabes perfectamente que es en estos tugurios
de mala muerte donde suelen terminar las
niñas perdidas.
¿Cuántas ovejas descarriadas has encontrado por este sistema? Diez, veinte… más,
seguramente más.
A
veces, debes reconocerlo, te avergüenzas
de este oficio de sabueso hurgando en las cloacas, con cuatro copas quisieras
volver a sentir el orgullo de ser el hombre cabal que fuiste hasta aquella
tarde aciaga en que una bala que nunca debiste haber disparado te dejó sin
placa, deshonrado y en la calle.
Muchas
noches, no todas hay trabajo, te atormenta el recuerdo del compañero muerto… Y
es entonces cuando te preguntas si fue intencionado o no, si acaso te cegó la ira porque Manuel se estaba
quedando con tu chica… A pesar de los
años y las noches en vela, sigues sin
respuesta.
Solo
detrás del gollete de la botella encuentras ánimos para continuar pero, en esa
mermada lucidez vuelven las preguntas ¿Qué más te da que te dieran puerta si
Gloria se marchó de todos modos? ¿Por qué querías seguir? ¿Para jugar al
superhombre que pone las cosas en su sitio? ¿Estás seguro de creer realmente en
eso?
“
No, realmente, la vida sin Gloria y sin
el chico no tiene sentido…”
Hay
que sobreponerse.
“
Sí, vale, y continuar, continuar siempre pero… ¿Por qué? ¿En busca de qué?”
No
hay nada que buscar, solo, intentar solucionar problemas a cambio del dinero
suficiente para el alquiler, el sueldo de Marga, ¡pobre Marga!, ella cree que
soy integro y ecuánime en un mundo caótico y yo, su pobre ídolo, me la juego
por pagar la luz, el agua, el teléfono, alguna
que otra cena en un buen restaurante, la botella de güisqui, la ropa de marca,
el BMW, los zapatos italianos… Porque, ¿sabes una cosa Méndez?, aúnque no quieras reconocerlo, te
agarras a esto porque no hay otra cosa, pero… se remueve algo dentro de ti que
te dice que estás obrando mal, que es inmoral engañar a la gente.
Ahora
mismo, si tuvieras conciencia, cogerías al móvil, marcarías el número de esa
madre angustiada y le dirías:
“Mire usted, doña Amalia, sé donde está la
niña, sigue viva, si quiere, hablo con ella… Pero, eso sí, solo si usted quiere,
porque… Creo recordar que quedamos en eso, usted me daba dos mil euros por dar
con ella y después, solo después, si conseguía llevarla a casa sana y salva,
otros mil de agradecimiento…Creo que quedamos en eso, ¿no? Pues mire, paso de
los mil de agradecimiento, le doy la dirección y se las entiende usted con
ella, yo, he cumplido mi parte. A sus pies, doña Amalia”.
Un
golpe en la nuca terminó son sus elucubraciones.
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