LA SILLA COTILLA

 




La Silla Cotilla

                Un cuento del abuelo Pepe para sus nietos Julia y Olmo, con mucho cariño.

                                    Pepe Ramos-Martín

La Silla Cotilla mira enfadada a don Sillón de Orejas porque ¿saben ustedes? El sillón de orejas es un señorito, solo tiene que cargar con el dueño de la casa y más que nada, lo que oye es roncar.

La Silla Cotilla lleva toda la vida aguantando a todo el que quiere subirse en ella, al carpintero que tiene que taladrar el techo para colocar la lámpara nueva, a Javier, el niño de la vecina, que a sus cinco años, por su gracia y salero, como dice la señora Aurora, se deja caer sobre la silla y no aguanta sentado como es debido, ni cinco minutos, la señora Aurora, la abuela de los Gómez de Garganzú,  dice que tiene el baile de san Vito, Javier no para quieto, ni a la hora de comer, ni  a la de cenar,  otras veces, utiliza la silla para mandar desde ella la pelota hasta el pasillo donde espera Carmencita para meter gol por la ventana de la calle, ya han roto entre los dos, más de uno y más de dos cristales, ¡y no pasa nada! más vale caer en gracia que ser gracioso, Javier pone cara de estar muy arrepentido y los tontos de los Gómez de Garganzú se mueren de risa.

 Otras veces, las menos, es más formalito y juegan Carmencita y él a la peonza, tirándola desde encima de mí y rayando el suelo, pero eso ya se lo tiene muy prohibido don Jaime,  porque el domingo pasado lo despertaron de la siesta con el ruido.

 Fíjese usted, don Sillón que en cuanto llegan del cole, a eso de las seis, juegan a la taba sentados por turno sobre una servidora y saltan como potrillos que un día me mandan al desván para los restos. Y es que no me dejan parar ni un segundo, que viene la Rosa, la chica que hace la limpieza y ha fregado el suelo, y zas, se sienta a descansar, que pasa Carmencita con ganas de pintar mándalas y zas, se sienta a pintar, que llega Tomás, ese es peor, Tomás ya tiene siete años y, al llegar del cole, lo deja todo sobre una servidora, todo, la cartera, el álbum de cromos, el tirichí, el balón de reglamento que le regalaron por Reyes, las bolas de cristal con las que juega en la calle... ayer mismamente, ¡oígame bien usted, don Sillón de Orejas, venía enfadado por lo que fuera y la prendió conmigo, me dió una patada, que no me descuajaringó de puro milagro, ya le digo, don Sillón, que esto es un sinvivir... Si yo le contara...

Don Sillón de Orejas mira a la silla cotilla y sonríe complaciente, la silla cotilla y el sillón de orejas llevan muchos años frente a frente y ese sermón lastimero lo escucha con frecuencia... por eso, y porque es de pocas palabras, como don Jaime, a él, le gusta más escuchar, oír roncar a don Jaime y descansar, sobre todo descansar, qué diantre, a él le hicieron para eso, para descansar.

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