AQUELLA TARDE DE TORMENTA

 

AQUELLA TARDE DE TORMENTA.

                            Un relato de Pepe RAMOS

 

Atardecía cuando llegamos a la casa de verano, era sábado. iba a ser un fin de semana largamente esperado, la casa de mis suegros estaba muy bien amueblada, la despensa repleta, el tiempo, excepcional, sacamos lo que habíamos preparado para la barbacoa del domingo y, como hago siempre, en cuanto todo quedó dentro, me puse el chandal  y salí a correr un par de horas, tenía que ser una cena memorable.

Nadie podía imaginar que una hora después, cuando estaba a punto de dar la vuelta,  el cielo se  iba a encapotar de aquella manera,  al darme cuenta, me apresuré a dar la vuelva, debía llegar a casa lo antes posible, minutos después, lo que empezó siendo una lluvia intermitente en una tarde de sol, se convirtió en  una lluvia cada vez más intensa.

 “Esto es el comienzo de una tormenta, a ver que haces ahora, Lolilla”-Fue mi primer pensamiento. Después, miré en el bolsillo del chandal y, como temía, no había cogido el móvil. 

"Y ahora, ¿Cómo avisas a Juan para que salga a tu encuentro listilla?".

Asustada ante la caminata que me esperaba corriendo bajo la lluvia apreté los dientes y, como un camicace,  arranqué a correr como si me persiguiera un perro rabioso. 

En pocos minutos estaba empapada, las zapatillas,   comenzaron a chapotear en un barro que minutos antes no existía. 

La idea de seguir corriendo bajo esta tormenta los cuatro kilómetros  largos, que me separaban de casa era una locura.  no veía otra alternativa, salvo que apareciese algún vehículo por aquella carretera siempre desierta.

 Me apoyé en el tronco de un árbol y miré a mí alrededor francamente desesperada. A lo lejos, pero en la linea de la  carretera vislumbré más que vi, una  antigua casa  de grandes muros y un corral que lo circundaba.

Tuve una sensación de alivio, había una posibilidad de refugio, allí habría  un teléfono para avisar a mi marido para que viniese con el coche a recogerme, mi carrera se hizo más rítmica, respiraba mejor, iba a salvarme de una pulmonía segura, corría hasta con cierto entusiasmo,   luchando  contra el viento y la lluvia que golpeaba mi cara con fuerza.

A medida que  me acercaba, iba haciéndome a la idea de que quizá, la casa estuviese deshabitada. El corral que la  circundaba era grande y desordenado, crecían hierbas altas y algunas flores silvestres.

 Desde la carretera, antes de entrar, descubrí herramientas, cuerdas y leña apilada contra una pared y también,  un coche muy antiguo estacionado junto a la puerta.

Me asustó comprobar que la puerta principal de la casa estaba entreabierta.

Aquello no me gustó nada, aquella impresión de abandono de años, no me cuadraban, llamé al timbre, no me atreví a entrar sin anunciarme, cabía la posibilidad de que los dueños hubiesen hecho, como nosotros, intención de pasar el fin de semana allí. 

Durante unos minutos, que me parecieron eternos, no oí nada, solo el sonido de la lluvia contra mi cabeza empapada, no me atreví a entrar sin permiso, a pesar de que la tormenta iba a más y yo ya estaba empapada y temblaba de frío,

Por un momento, ante aquella soledad en medio de la tormenta, pensé robar el coche y volver a casa, ¡si es que funcionaba!, o al menos, refugiarme de la lluvia en su interior hasta que la tormenta hubiese pasado, ya me encaminaba hacía el coche cuando, de pronto, se  abrió la puerta con  ruido de goznes.

La mujer que apareció en el umbral  era mayor, quizá sesenta años o más, de expresión dura y la mirada de alguien que está sufriendo mucho. Sus ojos, oscuros y penetrantes, me observaron con impertinencia.

—¿Qué es lo que quieres a estas horas? —dijo mientras se limpiaba las manos en un delantal y, sin esperar mi respuesta continuó.—. ¿No ves cómo viene la tormenta? Anda, pasa y quítate esa ropa, estás a punto de enfermar.

Me sentí como si hubiese cometido algún delito,  no se me ocurrió otra cosa que obedecer, pasé lo más rápido que pude, escapando de aquella mirada y de aquel gesto autoritario y brusco.

-"Te estás equivocando Lolilla, te estás equivocando”-pensé y sentí un vacío en la boca del estómago.

El contraste de la humedad del agua y el calor de aquella casa me agradó, atrás quedaba la lluvia, amortiguada por las gruesas paredes.

“Necesitaré un teléfono para avisar a Juan, estará preocupado, necesito que venga a buscarme”.- pensé, pero aquella mujer que entró tras de mí  se me quedó mirando como si observase un insecto raro, "¿Había sido un error refugiarme en aquel lugar?”

Era un salón grande, de techos altos y abarrotado de cosas, me sentí agobiada, empecé a pensar en que tenía que salir de allí como fuera, de pronto, al fondo, sobre una mesa camilla, ví un teléfono fijo, por eso, sin esperar más pregunté:

-Perdone, ¿podría usar su teléfono un momento para avisar a mi marido?. Necesito que venga a recogerme, seguro que está muy preocupado.

La mujer me miró de los pies a la cabeza antes de contestar:-No, imposible -sus palabras parecían martillazos-, estoy esperando que llamen mi marido o mi hija, llevamos todo el día pendientes de dónde puede estar, Jaime, mi marido, salió en su busca hace horas y no se ha comunicado conmigo, estoy en ascuas, ese teléfono tiene que sonar... tengo que salir de esta angustia. Espero que lo comprendas. De todos modos, lo primero que debes hacer es pasar a esa habitación y cambiarte, mi hija tiene más o menos tu talla. Después, seguro que todo se va a ir solucionando. ¿Dé dónde me has dicho que vienes?

La mujer hablaba muy rápido, como si tuviese miedo de no poder terminar las frases.

-No se lo he dicho, me llamo Lola y vivo a unos cuatro o cinco kilómetros de aquí, en una casa de campo que fue de mis suegros, solo estaremos este fin de semana...

-Vale, vale, yo soy Adela, pero corre a cambiarte, ya tendremos tiempo de hablar si ese dichoso teléfono suena y me dan buenas noticias. 

A Lola, la tormenta de fuera le parece menos peligrosa que la incertidumbre que le provoca la casa, siente miedo de aquella mujer, "¿Por qué tiene tanto interés en que me cambie de ropa?  Eres tonta Lolilla, pero tonta, tonta. ¿Es que no ves que chorreas agua como un canalón?. Pero, sinceramente, no me gustaría pasar ni un solo día con una persona así"

Lola, al sentir la humedad que la empapa, pasa a la habitación que le  indica aquella mujer y ve sobre la cama unos vaqueros rotos y una blusa blanca, se acerca a probarse los pantalones, sí, le sirven aunque le aprietan un poco, la blusa es moderna, con calados, con tal que quitarse aquella humedad, cualquier ropa vale. Se cambia con precipitación y sale de la habitación con unas zapatillas viejas que le están grandes. En la mano lleva el chandal y las zapatillas de deporte empapadas.

-Si no le molesta, Adela, ¿podría poner mi ropa húmeda cerca del fuego?. Espero  que cese la tormenta pronto y pueda irme, no quisiera darle muchas molestias.

-Al contrario, pequeña, no es ninguna molestia, así no estoy  sola esperando... ¿Dónde demonios puede haberse metido Adelaida esta vez? -Las palabras de Adela intentan ser amables. El viento de la tormenta azota la casa, haciendo que una ventana entreabierta golpee insistentemente como un recordatorio  permanente de lo que está ocurriendo.

-No creas que soy una loca que puede hacerte daño, nada de eso, simplemente estoy asustada, mi hija Adelaida nos da muchos disgustos y últimamente está como ciega con un chico... Pero, ¿por qué le estoy contando esto a una persona totalmente desconocida? Perdóname joven, es que, vista así, con su ropa, se diría que eres una copia suya... Hasta esos horribles vaqueros que se empeñó en comprar te sientan bien...

-La entiendo, no tengo hijos pero tiene que ser muy duro pasar momentos de angustia por los hijos...

En ese momento suena el teléfono y ambas mujeres se precipitan hacía él. Toma el auricular Adela y dice con voz nerviosa "¿Síí? —Su expresión cambia drásticamente al escuchar la voz de su marido al otro lado de la línea. La preocupación en su rostro se profundiza con cada palabra que escucha.

—Adelaida no aparece por ningún sitio, — escucha Lola que grita el padre desde dónde esté con tono de  desesperación y miedo—. Una compañera del colegio me ha dicho que está con Raúl, que salieron a eso de las diez y no han regresado. He ido a la casa de ese chico y allí no hay nadie. Ningún vecino ha visto a Raúl desde hace días.

El rostro de aquella mujer parece descomponerse y las  lágrimas comienzan a correr por sus mejillas mientras su mente imagina los peores escenarios. Las palabras de su esposo   confirman unos temores que ha intentado reprimir sin conseguirlo. Llora abrumada por la idea de que algo terrible ha sucedido.

Lola, viendo el estado de Adela, le sugiere que pueden ir en el coche que hay fuera en busca de la chica. Sin embargo, Adela, atrapada en su desesperación, se niega con vehemencia.

—No, no, tú no puedes ir —dice Adela con voz entrecortada—. Esto es asunto de mi familia, no quiero que te involucres.

A Lola le duele ver así a Adela aunque es una perfecta desconocida para ella,  no piensa en Juan, solo en  aquella familia que lo está pasando muy mal y un escalofrío recorre su espalda. La desesperación de Adela produce en ella un creciente sentimiento de peligro. Empieza a temer que quedarse en esa casa pueda ser un grave error, que tal vez el refugio  no lo sea en absoluto. La tormenta continúa arreciando fuera, pero dentro de la casa, otra oscura tormenta se cierne sobre las dos mujeres. Sin decir nada, mientras Adela llora acurrucada en un rincón, como un niño perdido, llama a Juan, le indica el lugar en que está refugiada  y vuelve junto a aquella  pobre madre que la necesita.

Media hora más tarde, sin saber cómo, aparecen los dos chicos, Adelaida y Raúl empapados hasta los huesos, al verlos, las dos mujeres se abrazan y gritan sus nombres con alborozo. "Adelaida, Raúl, ¿dónde estábais con lo que está cayendo?" Los jóvenes no dicen nada, agarrados por la cintura entran en la casa y en pocos minutos se han despojado de las ropas húmedas y salen de la habitación envueltos en  mantas corriendo hacía el fuego. Miran a su alrededor en silencio ante el asombro de las dos mujeres que los contemplan como si fuesen una aparición.

Al rato entra en el corral el coche de Juan y se dirige en rápida carrera al interior de la casa, al entrar en el salón de la casa y ver aquel cuadro no entiende nada. "¿Qué hace Lola con esos pantalones y esa blusa y los chicos envueltos en mantas como si acabasen de saltar de la cama?" Saluda a su mujer y a la señora de la casa le da un apretón de manos amigable sin perder de vista el fuego y los jóvenes. 

Adela sonríe como una lela, ahora, viendo a su hija allí, sana y salva, no le importa que estén juntos, ni que su marido no haya llegado, solo sonríe.

-¿Qué pasa aquí?.- dice Juan mirando de uno en uno a todos los presentes-, parece que la tormenta os hubiese dejado a todos de un aíre.

Lola lo mira y sonríe, mira a Adela y le presenta: Este es mi marido, Juan, Juan, esta es Adela, la madre de esa chica tan guapa que se seca al fuego, él es el novio, o eso parece, creo que deberías recordar la belleza del amor, mirálos... La tormenta ha sido el motivo para que se lavasen las asperezas de estos jóvenes con sus padres, espera un momento, que me cambie, que le he robado la ropa a esa preciosidad de ahí, -hace intención de acercarse al fuego para recoger su chandal, la ropa interior y las zapatillas pero no acaba de tocar las zapatillas cuando se oye la voz de Adela.

-¡Nada de eso, de aquí no se va nadie sin cenar!.- dice Adela con los brazos en jarras-, y vosotros no os mováis de ahí que puede haber una desgracia, sujetad bien esas mantas...

Lola no hace caso, coge su ropa y las zapatillas, pasa corriendo a la otra habitación y se cambia dejando los pantalones, la camisa y las zapatillas al lado de la cama.

Adelaida corre a la habitación y en un santiamén aparece vestida, calzada y sonriendo.

 Adela, al ver la casa de susto de Raúl al verse solo envuelto en una manta, sin poder contener la risa, señala la puerta del dormitorio con la mano derecha y dice: -Te salvas por los pelos, si llega a estar aquí mi marido de una buena tunda no te libra ni Dios, anda, pasa ahí y coge lo que te valga del armario, seguro que los pantalones de Rubén te van a estar como a un santo dos pistolas, pero no puedes quedarte así todo el día... Vamos, vamos, que tenemos que cenar.

Lola y Adela, siguiendo las instrucciones de la dueña de la casa, en unos minutos preparan una ensalada y huevos fritos para todos, Juan no podía ni imaginar que Lola rompiese huevos sobre la sartén con tanta velocidad.

Ya estaban todos cenando alegremente cuando apareció Rubén, el padre, que al ver a Raúl con sus vaqueros de trabajo y la camina del pijama bramó más que dijo:

-O sea que yo corriendo bajo la tormenta de  un lado para otro todo el santo día y vosotros aquí comiendo todos mis huevos... felices y contentos... Pero esto, esto, -respira hondo antes de continuar-, lo arreglo yo en un santiamén...

-Tú no arreglas nada, siéntate y, toma ensalada y huevos, que parece que te hacen falta -respondió Adela guiñando un ojo a Lola-, sí, hombre, sí, te callas y comes que estamos de fiesta y tenemos invitados.

Al escuchar las palabras de Adela todos se echaron a reír, el ambiente era festivo y la ocurrencia de Adela les había parecido maravillosa a todos menos a Rubén que puso cara de pocos amigos.





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