LAURA
LAURA,
Un cuento de Pepe RAMOS
Han pasado tres meses desde que Andrés ingresó en prisión, desde entonces Laura vive prácticamente enclaustrada, saliendo de casa lo imprescindible, sin querer ver a nadie, ha pedido la excedencia en el hospital y espera, ¿A qué?, a que se curen las heridas de su alma, por eso se sobresaltó al escuchar los golpes en la puerta
"¿Quién puede querer hablar conmigo a estas horas?" -pensó sobresaltada. Corrió a la mirilla y lo que vio la sobrecogió, conocía demasiado a sus visitantes y el terror, casi olvidado, volvió a ella.
Lautaro y Pereira fueron los culpables de que su marido, Andrés fuese condenado por el robo en la fábrica de material eléctrico en la que trabajaba. Ellos, Lautaro y Pereira lo prepararon todo para inculparlo.
A la mente de Laura vienen las imágenes de su marido cuando, ya en el banquillo de los acusados, le explicó.
"Yo solo tenía que informarles de cuando y cómo llegarían los fondos para pagar las nóminas del mes, por eso me contactaron, dijeron que necesitaban la ayuda desde dentro solo a nivel informativo, la operación era cosa suya... puedes creerme, cariño, yo les informé y todo lo embrollaron para que quedase como el culpable de todo y, como yo no he visto siquiera ese dinero y no podía decir dónde estaba, aquí me tienes, culpable del robo, don Agustín, nuestro abogado, lo sabe perfectamente y tú me conoces, en circunstancias normales, no hubiese hecho nada semejante pero, perdí unas manos en una partida de cartas y Lautaro me ofreció dinero para seguir jugando... Ya no sé cuanto le debo... Pero, bien lo voy a pagar, bien..."
"¿Qué diablos querrán de mí a estas horas? Seguro que es alguna trampa de las suyas pero... tengo que abrir o echaran la puerta abajo..." .Piensa Laura, por eso, quitó el pestillo y les dejó paso libre con cara de absoluto desprecio aunque, ellos entraron en tromba arrastrando como un saco de patatas, el cuerpo inmóvil de un hombre que sangraba por la cabeza y que dejaron caer, sin ningún miramiento, sobre el tresillo. En la mente de Laura volvieron a sonar las palabras de advertencia de su marido. "No te fíes de ellos, te enredarán, como hicieron conmigo."
"Qué razón tenías, querido, y ahora, ¿Qué pretenderán que haga con este pobre hombre?"
Laura mira con unos ojos como platos al hombre que han dejado caer sobre su tresillo y que ha dejado ya un reguero de sangre desde la puerta, observa que apenas respira y cada intento de inhalar es un verdadero suplicio. "Este hombre está agonizando" -Piensa Paula mirando con desprecio a sus visitantes.
Lautaro y Pereira se han quedado en pie frente a Laura con gesto amenazador y una vez que se han librado del cuerpo depositado de cualquier forma sobre el tresillo, miran todo de hito en hito pero no han abierto la boca. Laura los mira, temblando de pies a cabeza aunque intenta que no se le note, después de unos tensos segundo es Lautaro el que finalmente habla, con una voz ronca:
-Este individuo se cruzó en nuestro camino y ha pagado el precio, como puedes ver, nadie nos ataca sin sufrir las consecuencias. Se va a quedar aquí y tú lo cuidarás, si sale adelante, estupendo, si no, haz lo que quieras con él.
Laura no acierta a decir nada, solo los mira con profundo desprecio, ellos sonríen con arrogancia.
-¿Qué... qué
esperas que haga? -, preguntó por fin con un hilo de voz, sin poder apartar los ojos de
la sangre que comienza ya a empapar la alfombra.
Ambos se encogen de hombros con una indiferencia que la aterroriza.
-Nosotros te lo entregamos, Si vive o muere, dependerá de tí. Pero, si hablas o haces algo que no debas, Andrés no será el único que pague las consecuencias. Ahí te dejamos algún dinero para que no te sea gravoso "tu amiguito"-dice Lautaro con retintín, dejando un fajo de billetes sobre la mesa de centro.
Sin más, los dos hombres se dirigieron a la puerta. Laura, se queda temblando y se sobresalta al oír el golpe con el que cierran la puerta tras ellos.
Laura, se dejó caer en una silla, incapaz de mover un músculo, observando el cuerpo del desconocido. Su mente era un torbellino de ideas.
" ¿Qué puedo hacer? si llamo a una ambulancia ¿Cómo explico por qué está ese hombre en mi casa? No puedo dejar que este hombre, quien quiera que sea, muera aquí. Tengo que hacer todo lo posible para salvarlo".
Tras unos minutos paralizada por el miedo, comprendió que no tenía opción. Habían dejado a aquel hombre en su casa porque sabían que era la única persona que podía hacer algo para salvarlo sin dejarlo en un hospital. Se levantó con dificultad, sus piernas apenas la sostenían, y se acercó al hombre.
-Voy a ayudarte,-
susurró, más para sí misma que para aquel hombre que ahora estaba totalmente
inconsciente. No podía dejarlo morir aunque el miedo y la angustia se mezclaban en su
interior.
Una vez que quedó atrás el miedo, Laura, como buena enfermera, se dedicó a desinfectar las heridas y cuidar de aquel desconocido, a medida que iban pasando los días Laura iba cogiendo confianza, "Es una oportunidad para que no esté tan sola" -pensaba mientras le controlaba la fiebre y cambiaba los vendajes. "Si sale adelante tendré una oportunidad... si no recupera la memoria podré irle reconduciendo hacía una personalidad sin los comportamientos de esos bestias que me lo han traído".
A medida que pasaban los días, Paula se iba ilusionando con la idea, le iría descubriendo su personalidad, tendría un nombre, Andrés, tendría una historia, la que ella le iría contando, tendría... "¡Dios mío, me estoy volviendo loca!".
Por eso, cuando despertó y tuvo aquella reacción de escapar, de querer descubrir quién era, por qué estaba herido y los motivos por los que le había cuidado Laura, salió de la casa, nada más vestirse, con un simple "Gracias" para ser abatido por unos disparos nada más aparecer en la calle, Laura vuelve al miedo, a querer esconderse, entiende el mensaje que le mandan al eliminar a aquel hombre desconocido, al menos para ella y no necesita leer los periódicos del dia siguiente, ni sintonizar las noticias de la televisión, sabe quienes son los asesinos, los mismos que acusaron a su marido y que lo llevaron a la cárcel. Los mismos que, si dice algo sobre ese muerto que está tirado en la calle irán a por ella.
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