Germán Triguero, diseñador de interiores.
Germán Triguero, diseñador de interiores
Un relato de José Luis RAMOS
Abro el álbum de fotos. El olor a papel viejo me transporta a aquellos días de los ochenta, no sé, un tiempo de esperanzas e ilusiones que veíamos en todo. La movida madrileña, el mundo que cambiaba a toda velocidad. Carla y yo, tan jóvenes. Allí estamos, en la orilla del mar, en Valencia, en la casona de sus padres, sonriendo como si el futuro nos perteneciera.
Y esta otra, acaramelados, mirándonos como si todo estuviese de nuestra parte, en esa foto habíamos hablado de la boda y teníamos por delante un mundo por construir, ¿verdad? Las sonrisas no eran fingidas.
En aquel entonces, todo era posible, el trabajo en la oficina sería suficiente, tenía muchos encargos para decorar, muchos, incluso pensámos muy seriamente contratar un ayudante al menos, hablabamos de tener, al menos, un par de niños correteando por la casa, el trabajo y la paternidad eran entonces, la clave de la felicidad. No sabíamos nada, pero, a nuestro alrededor todo era ruido, éxito y novedades y nos veíamos capaces de estar a la altura.
Miro las fotos, las veo bien, pero me cuesta creer que aquel chico de poco más de veinte años fuera yo, hoy, y con todo lo que ha pasado, bueno y malo, lo siento distante, me cuesta creer que alguna vez haya sido yo así. Cierro los ojos y cuando vuelvo a ver esas fotos una idea se abre camino en mi mente. Yo no soy el que aparece allí, y ella tampoco. La Carla de esas fotos era muy dulce.
Carla también pensaba que todo sería fácil. Que el tiempo no correría tan rápido, que las novedades, los cambios, el progreso... fuese a quedar tan lejos de nosotros. ¿Por qué no pudimos darnos cuenta?
Ahora, las discusiones… las malditas discusiones. Carla quiere que las cosas sean de una forma, siempre su forma. Yo, que he aprendido a callar, a ceder, a hacer todo como ella cree que debe ser, aún cuando me duela pero... Hay veces que salto, que me altero, que me dice con dureza. Germán, quieres que abra la puerta, no, no hace falta, ya te oyen bien los vecinos, bien... Pero, lo peor es cómo sus palabras resuenan en mi cabeza.
En ocasiones me dice, por ejemplo. "Hoy he hablado con Palomita, la niña que sale con Junior, sí, hombre, sí, nuestra Palomita, la novia de nuestro Junior... no te hagas el tonto, me ha preguntado por tí y le he dicho la verdad, ¡que eres un gruñón insufrible!, y sabes qué me ha contestado? "Pues mira, Carla, no lo entiendo, si lo vuestro ya no funciona, se corta y punto".
Siempre lo mismo. Cómo me quejo de todo, cómo no soy el marido que ella esperaba, aunque me esfuerzo. Y ahí estoy yo, cumpliendo con lo que me pide, pero jamás con la perfección que ella exige. Las cosas que hago de otra manera... ¿por qué no puede aceptar que soy así? ¿Por qué no le basta con que haga lo que puedo, lo que sé, a mi manera? Cada crítica es un golpe, no porque sea injusta, sino porque, aunque trato de cambiar, de adaptarme, siempre soy el equivocado.
"Pues ¿sabes lo que te digo, cariño,?" -Carla se pone con los brazos en jarras como si fuese a cantar una jota-. "Qué si eso es lo que hablas con tu futura nuera, ¿qué no le dirás a tus amigas de la partida de cartas?"
Se altera, levanta la voz y me responde a gritos: "Pues si eso es lo que piensas de mí, estás muy equivocado, me da mucha vergüenza hablar a mis amigas de tí. Para ellas eres don Perfecto y todo porque te ven con el carrito de la compra o en la cola de la pescadería... ¡Aquí, en esta plaza tendrían que verte torear por cualquier nadería que te diga!
Y así un día y otro día, y eso que, si bien se mira, tengo alguna que otra satisfacción, por ejemplo Juan, ese chaval nos ha salido modelo, puede llegar dónde le de la real gana. Siempre tan disciplinado, tan enfocado. De alguna manera, me siento orgulloso de él, aunque, a veces, lo miro y no sé qué pensar. No sé si es la vida que yo quise para mí, o la que él desea para él. Un abogado, ¿eh? Tonteando con esa chica, Casilda, como si los días de juventud fueran tan fáciles de conquistar. Pero algo en su mirada me dice que hay una preocupación, una ansiedad que no entiende, o que no sabe cómo expresar. Como si lo supiera, como si él también percibiera que hay algo que no va bien entre nosotros.
Y Junior, mi otro hijo... ¡Junior! El que quiere estar conmigo, siempre insistiendo en que debemos trabajar juntos. No le gusta estudiar, pero dibuja muy bien y quiere estar cerca, como si pudiera salvar algo que ni él sabe lo que es. Quizá sea su forma de apoyarme, los chicos son listos, saben lo que hay. Se ríe, me reta, pero en su fondo veo que busca que haya continuidad aunque yo pienso que, con su capacidad, se conforma con poco. A veces pienso que lo único que hace es esperar, aunque yo ya no sé qué decirle. Es como si él también estuviera atrapado en una historia que no sabe si quiere vivir o no. Palomita, su novia... no sé, la veo un poco perdida también. Tres nietos, me dicen, pero hay algo en sus ojos que se escapa a mis palabras. Los veo de lejos, como una película que ya no puedo cambiar.
Carla y yo, ahora... cada día es una tregua. Ya no hay espacio para las palabras suaves. Cuando discutimos, siento que ya no tengo respuestas. Todo es un tira y afloja constante, un vaivén de reproches que se acumulan. A veces me pregunto si la separación sería una solución, si alguna vez encontraríamos un camino sin ese peso de lo que esperábamos. Pero… ¿Qué pasaría con los chicos, con los nietos? No puedo hacerles eso. No quiero verlos sufrir. No quiero que me vean como el hombre que arruinó lo que podría haber sido. Así que seguimos, con las miradas perdidas, los silencios, y el entendimiento tácito de que ninguno de los dos sabe qué hacer con lo que nos queda.
Tal vez el tiempo sea la respuesta. Tal vez aprenderemos a vivir así, a ser parte de esta extraña situación, de esta no comunicación que se ha instalado en nuestra vida. Ya no sé si es lo que quiero, pero aquí estamos. Y mientras tanto, me quedo mirando esta foto. Mi sonrisa parece ajena, y la de Carla... esa sonrisa de antes. Quizás lo que hemos perdido es la capacidad de soñar juntos, o tal vez nunca supimos realmente cómo hacerlo. Pero ahora, mirando estos recuerdos, quiero pensar que nada está totalmente perdido. Aunque no sé qué vendrá después, el dolor no puede borrarlo todo. A veces, solo basta con seguir adelante. Y, aunque todo se haya distanciado, viendo estas viejas fotos pienso que, en algún momento, aunque lejano, fuimos felices.
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