SOL Y SOMBRA

 

Sol y sombra

                Un relato de José Luis RAMOS

Julián empujó la puerta del bar con una mezcla de nerviosismo y determinación. El lugar olía a madera vieja y a coñac barato. Las luces eran tenues, y entre las mesas ocupadas por parroquianos de rutina, localizó al hombre que buscaba: Manuel González, un tipo orondo, de rostro curtido y gesto sereno. Estaba solo, con una copa a medio terminar frente a él.

—¿Podría hablar con usted un minuto? —preguntó Julián, de pie junto a la mesa.

Manuel lo miró, sin sorpresa.

—Sí, claro, lo está haciendo.

Julián tragó saliva.

—Es que yo… es que yo querría decirle que estoy saliendo con Ana desde hace un tiempo y me siento en la obligación de informarle. Me parece asqueroso vivir esta situación a escondidas.

Manuel se acomodó en la silla, sin cambiar de expresión. No parece sorprendido.

—¿Usted qué dice?

—Yo… —titubeó Julián—. Me parecía lo correcto.

—Yo me tomo el coñac —dijo Manuel, levantando la copa—. Es usted quien viene a decirme que sale con mi mujer. Así que le pregunto: ¿esa relación funciona? ¿Están felices? ¿Se entienden?

Julián lo mira, desconcertado.

—Bueno… sí. Creo que sí.

Manuel asintió con una leve sonrisa, sin rastro de ironía.

—Pues mire, me alegro. Porque como pareja… Ana y yo, como que no funcionábamos. No me extraña que buscara otra persona como usted, más cerca de su edad, de sus necesidades.

Hubo un silencio breve. Julián se quedó sin palabras.

—¿Qué quiere tomar? —preguntó entonces Manuel, levantando la mano para llamar al camarero.

—Es que yo…

—Usted ya me ha dicho que se entiende con Ana, y yo le pregunto: ¿Qué quiere tomar?

—¿No le importa?

—¿Serviría de algo que me importase? —respondió con una ceja alzada—.

-. No, creo que no.

 Pues pida, hombre, que invito yo.

—¿Un sol y sombra? —sugirió Julián con timidez.

—Para pasar el mal trago —dijo Manuel con una risa breve—. No, hombre, no. Usted es cabal. Da la cara. Y yo, lo menos que puedo hacer es reconocer su valía e invitarle a una copa.

Pidieron dos. Brindaron, no por el amor ni por la pérdida, sino por la honestidad, que a veces se sirve con un toque de anís.