LA GOLFERÍA DE DON SENÉN
La golfería de don Senén
Pepe Ramos
Adela entra en casa precipitadamente, con los libros bajo el brazo, dice un “Buenas tardes, mamá”, que no ha oído ni el cuello de su camisa y su mamá advierte, con sorpresa, que algo extraño le ocurre a su hija. Adela es cariñosa y, por lo general, está deseando comentar a su madre lo que ha pasado en clase mientras mamá oye la radio y ella toma su Cola Cao con galletas.
Por eso, al oír como cierra la puerta de su habitación, doña Rosa mueve la cabeza preocupada, da un pequeño margen de tiempo a su hija y se acerca hasta su cuarto. Da un par de golpecitos en la puerta y entra preguntando.
“Cariño, ¿ha ocurrido
algo? ¿Estás bien?”
Adela tirada sobre la cama, llora desconsolada.
Se sienta a los pies de la cama y cuando Adela se vuelve hacía ella limpiándose las lágrimas con un pañuelo de papel , doña Rosa advierte que sí, que realmente está sofocada.
“Sí, mamá, sí , esta tarde, a la salida de clase, se me ha acercado Richard y me ha soltado, así, sin más, "eres una niña de la inclusa, mi padre me ha dicho que los que tienen apellidos de santos son de la inclusa, ¡figúrate, mamá...! yo creía que los niños de la inclusa eran los de los orfanatos, los abandonados, los que no tienen padre... pero yo tengo padre y madre, yo, os tengo a vosotros…”
Doña Rosa siente un sofoco que le asusta, comprende que ha ido postergando por miedo lo que debió contarle hace años, por eso, aparentando una calma que está muy lejos de sentir, abraza a Adela, le acaricia el cabello con ternura y comienza a hablar en tono suave.
“Lo que dice ese tal Richard es verdad y no lo es, al menos en tu caso, ese “San Félix”, de tu segundo apellido, es el primero mío y tiene otra causa, espero que puedas perdonarme, tenía que haber buscado el momento adecuado hace mucho tiempo, pero, mira por dónde necesitas que tengamos esta conversación.
Doña Rosa mira a los ojos a su hija antes de continuar, "Mira, ese "San Félix” viene de mi padre, del abuelo Ernesto, -Rosa se interrumpe, suspira profundo y con una leve sonrisa, levanta la cabeza-, él es el que no tuvo padre, bueno, no tuvo padre reconocido, en el pueblo, todos sabían quién era el padre.
Fue en la guerra civil, en aquella época ocurrían cosas así y tú no tienes que avergonzarte de nada. Siéntate y mientras te lavas la cara y te tranquilizas, te preparo la merienda... Es una historia... un poco larga.
Cinco minutos después, nadie hubiera dicho que era la misma jovencita que lloraba sin consuelo sobre la cama, sujetaba sobre las rodillas una bandeja con un tazón de Cola-Cao y galletas que iba echando en el tazón con desgana mientras escuchaba muy atenta, la historia que doña Rosa le iba contando.
"Mira, reina mía, mi abuelo, tenía que haber sido Ismael, un chico del pueblo que, como todos los jóvenes sanos de entonces, estaba en la guerra, esa guerra de la que, en casa, no hablamos nunca, pero que ocurrió y provocó muchos desmanes…
Castrillo de la Ribera, como todos los pueblos de España, estaba poblado por niños, mujeres, viejos y algún inválido que estaba exento, porque no valía para luchar, y en esas circunstancias, los golfos, los canallas... Campaban a sus anchas y en Castrillo había un cura que era el que lo mangoneaba todo impunemente, se consideraba amo de vidas y haciendas en aquel desbarajuste que era la guerra.
Este fue uno de esos casos. El cura, don Senén, que se consideraba dueño hasta de los pensamientos de la gente del pueblo, se dejó caer una tarde por la huerta de Jonás, el padre de Amelia, que era la novia oficial de Ismael... -Doña Rosa parece que ha perdido el hilo y pregunta:. ¿Qué te estaba diciendo? ah, sí, el tal don Senén le pidió al señor Jonás, que mandase a su hija a su casa a hacer los oficios, las tareas de la casa, porque, según dijo, no se le daban nada bien y a veces, tenía visitas y se avergonzaba al ver como tenía de revuelta la casa, el pobre Jonás, que tenia pocas luces, no pensó que pudiera tener malas intenciones aquella proposición del señor cura y como malvivía con las verduras y las patatas de la huerta, que encima era pequeña, el pobre hombre, vio el cielo abierto, se hizo sus cuentas, con los cuartos que le diese el señor cura por el trabajo de su chica, así se decía entonces, "su chica" podrían vivir mejor, pero, el golfo de don Senén tenía otras intenciones y de ahí vino el "San Félix”, ese era el apellido que se daba a las criaturas en el bautismo cuando no tenían padre reconocido, el santo del día, y ese día era San Félix" y sin mover una pestaña, don Senén le enjaretó al niño que tuvo Amalia con él, con el cura y a la fuerza, el santo del día y ese apellido, por decirlo de algún modo, es el apellido que recibió mi padre y que recibí yo y tú, cielo mío, y tú, que hay que tener coraje de mala gente para bautizar a tu propio hijo y seguir siendo, como si tal cosa, el cura del pueblo, para mí, ese hecho, no tiene perdón de Dios, no señor...-ahora doña Rosa llora y Adela la contempla con miedo de verla tan afectada-, el maldito don Senén… Ese niño es tu abuelo, Ernesto San Félix González, mi padre, que en paz descanse…-doña Rosa, cuando se repone un poco sigue contando la historia mientras Adela la mira con la boca abierta, se ha olvidado del Cola Cao y de las galletas, ve la pena de su madre y no sabe que hacer ni qué decir.
"El demonio de don Senén se aprovechó de la juventud y las circunstancias que estaba viviendo una familia humilde en una España en guerra para satisfacer sus pasiones…”
Después mira a Adela y sorbiéndose los mocos dice: "Anda, termina el Cola-Cao que se te va a quedar frío y perdona el mal rato que te estoy haciendo pasar, cariño, tu abuelo Ernesto y mi madre, tu abuela Josefina si me lo contaron todo hace muchos años, mi abuela Amelia, la pobre, hacía años que había fallecido… Mis padres sí fueron valientes y me lo contaron a tiempo, he sido yo la que no he tenido valor para contarte nuestra desgracia cuando tú eras pequeña y lo hubieras visto más normal, -doña Rosa vuelve al llanto y estruja el pañuelo- y, de paso, yo, me hubiese ahorrado este bochorno…”
"No me cuentes más, mamá, lo estás pasando fatál, anda, vamos a dejarlo ahí"
"No, hija, no, hay que terminar lo que se empieza, por cierto que queda por contar la justicia que se hizo a tiempo. Cuando vino de la guerra el novio de Amelia, el que debía haber sido mi abuelo como estaba previsto, llegó con la idea de que la novia le estaba esperando aunque no había recibido noticias de nadie en los tres años que duró la guerra venía desorientado y en malas condiciones, había sufrido mucho y aunque no había tenido noticias tampoco de sus padres, Ismael estaba seguro de que Amelia le estaría esperando. Llego al pueblo el atardecer de un día de enero, y se fue derecho a la casa de Amelia, golpeó la desvencijada puerta y apareció Jonás, el padre, refunfuñando, con el rostro surcado de arrugas y abatimiento, no mostró ninguna alegría al verlo.
“No eres bien recibido en esta casa” – Le dijo Jonás a bocajarro-.
Ismael vio desde la calle que la luz de la habitación de Amelia estaba encendida pero no se atrevió a discutir con el señor Jonás, de sobra sabía que era un hombre hosco y desagradable-. “Mira, Ismael, ha sido un tiempo difícil. Todos hemos hecho lo que hemos podido”, - y dio media vuelta cerrando la puerta en sus narices.
.En vista de las pocas palabras de Jonás y los gestos que le estaban pidiendo a gritos que se fuese,
Ismael dio media vuelta y se encaminó al bar del pueblo.
No quería ir a su
casa, prefería prepar a sus padres, pensaba que cualquiera que le viese rondando por la casa de
Amelia se lo diría a sus padres que había vuelto, que
estaba en el bar de Manolo, al menos eso pensaba él.
Un sentimiento de angustia lo invadió al
entrar en el bar y comprobar que los hombres
lo miraban con una leve sonrisa y cuchicheaban dándole la espalda. Fue, el
tabernero, quien le ofreció un vaso de vino y rompió el hielo.
—Pasa hijo, pasa, ¿Nadie
te ha dicho nada aún, verdad?.
-¿Qué habían de
decirme?
- Lo de Amelia... y
don Senén.
—¿Qué estás diciendo?
—replicó Ismael, sintiendo como se le iba formando fuego en el pecho.
Manolo bajó la voz.
—Anda, bebe antes, te entonará… Bueno, pues… Manolo no se atrevía a continuar-, Don Senén, el cura... Se encaprichó de Amelia, pero ella no tiene ninguna culpa, por estas –dijo Manolo besándose los dedos juntos de su mano derecha- don Senén le hizo una oferta a su padre, de sobra sabía que no tenían para comer… Pues eso, que sí no tenía maña para las cosas de la casa, que si estaba dispuesto a pagar bien por que Amelia se la adecentase un poco, poca casa, nada, con limpiar un poco y cocinar, que se lo pagaría bien, que si no les faltaría comida ni dinero. Total que el tio Jonás, vio el cielo abierto. Le costó algo convencer a Amelia... pero, al fin, ¡qué iba a hacer ella!, la pobreza nubla la vista, Ismael, nubla la vista, no supieron ver lo que se les venía encima. Dicen que el cura la obligó. Que ella no tenía forma de negarse —continuó Manolo—. Y luego... luego vino el niño".
En ese momento el
mundo de Ismael se tambaleó. Amelia, la mujer con quien había soñado compartir
su vida, tenía un hijo de don Senén. Quiso salir corriendo en busca del cura,
pero sus piernas parecían de plomo.
"Ella no sale de casa
—dijo Manolo—. No por vergüenza suya, sino por la vergüenza de Jonás. El pueblo entero sabe lo que pasó. La tienen encerrada como si ella fuese culpable... Y todos sabemos, Ismael, todos,
que el sinvergüenza es el cura".
Ismael tiró unas
monedas sobre el mostrador y salió del bar tambaleándose. Caminó sin rumbo
hasta que llegó a la iglesia. Desde allí podía ver la casa del cura, una
edificación imponente en comparación con las humildes viviendas del pueblo. La puerta
estaba cerrada, y las ventanas, cubiertas con pesadas cortinas. En su mente una
idea le machacaba como las campanas llamando a la misa mayor.
Sus padre, como imaginaba, habían fallecido, una vecina le dio, con el pésame, las llaves y entró en “su
casa” como si fuese un extraño, buscó algo de comer y solo encontró una botella
de vino, se la bebió casi de un trago, aquella noche Ismael
no pudo dormir. Las palabras de Manolo resonaban en su cabeza.
Al día siguiente, decidió enfrentarse a
Amelia. Necesitaba escucharla. Golpeó la puerta de la calle hasta que
le dolieron los nudillos, nadie respondió. Insistió durante un rato sin
importarle lo que pensasen las personas que pasaban a su lado como si no
quisieran moverse de allí.
Por fin, Amelia se
asomó a la ventana. No parecía ella, demacrada, sin peinar, con una bata sucia
y unas zapatillas parecía tener la intención de que se escandalizase
de ella.
"Vete, Ismael. No hay
nada que podamos decirnos. Vete, vete..."
"¡No puedo irme sin
saber la verdad! —gritó Ismael desesperado.
Por fin, tras un
forcejeo con su padre, Amelia bajó y
abrió la puerta. Su rostro estaba marcado por el sufrimiento, sus ojos, aunque
cansados, conservaban un destello de dignidad. Ismael notó que había cambiado;
ya no era la joven risueña que había dejado para irse a la guerra.
"No tenía otra opción
—dijo ella, con la voz quebrada—. Lo sufrí y soporté por mi familia. Y ahora... ahora soy
prisionera de mi propio pecado".
Ismael quiso
abrazarla, pero ella dio un paso atrás.
"No puedes salvarme,
Ismael. Nadie puede".
Pero él no estaba
dispuesto a aceptarlo. Aunque la rabia y el dolor lo consumían, juró que
encontraría la forma de liberar a Amelia de aquel infierno, aquella misma noche
ardió por los cuatro costados la casa del cura, nadie corrió a apagar el fuego,
nadie salió de sus casas, desde las ventanas vieron como se consumían ventanas
y puertas con un crujir que a nadie molestaba. Tampoco sintió nadie la muerte
de don Senén.
A la mañana siguiente, una pareja de la guardia civil se presentó en casa de Ismael y salió con ellos en silencio, aceptó las acusaciones, firmó dónde le mandaron y, sin más, salieron camino de Salamanca en el tren, Ismael no abrió la boca en todo el trayecto, no había nada que decir.
Nadie ha vuelto a saber nada de él, por el pueblo corrieron historias que nadie supo confirmar ni desmentir, Mi abuela Amelia y sus padres abandonaron Castrillo un atardecer y vinieron a Zamora donde mi abuela sacó adelante a mi padre, tu abuelo, y hasta le dio estudios.
Y ahora ¿Qué piensas de llamarte Adela del Rio San Félix?"
“Nada mamá, nada, que me hubiera gustado conocer a mi abuelo Ernesto y a la abuela Josefina y que si
tú has podido vivir sin olvidar esa época tan triste, yo, también voy a poder y si mañana se le ocurre decir algo a Richard le doy un guantazo y punto”
“Así, así me gusta,
cariño, hay que afrontar la vida, es lo único que tenemos”.
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