CHARLANDO CON MI NIETA JULIA.


La casa está llena de aromas de Navidad, de fondo, se escucha un disco de villancicos en tono bajo que hace entrañable el ambiente.

 Van entrando en el salón la mamá y las tías con platos servidos para la cena, empanadas de pescado, turrón de varias clases, frutas escarchadas y dulces, se oye hablar en la cocina a la abuela, la mamá y las tías que  están troceando el pavo asado con cierta prisa para la gran noche.

El abuelo Pepe -, sentado en el sillón, se ha quedado pensativo tras las noticias que acaban de dar en la radio y observa como juega Olmo con su coche de policía en el suelo del salón.

Entra sonriendo y chupando algo que le han dado en la cocina Julia, la nieta mayor, que es ya casi una señorita, luce un peinado que le ha hecho la mamá y un precioso vestido que le ha hecho la abuela Pi, mira un momento a Olmo que no levanta la cabeza, pendiente solo de su coche de bomberos  y se sienta en el suelo frente al abuelo.

— Abuelo, ¿En qué piensas? Estás muy callado… —comenta  Julia sin dejar de peinar una muñeca rubia que ha sacado de su habitación.

El abuelo tiene una mirada nostálgica aunque no está mirando nada en particular.

— Ah, nada, Julia, nada... Es que, las Navidades siempre me hacen pensar en cómo han cambiado las cosas.

Julia, deja la muñeca y el peine a un lado y se acerca más al abuelo.

— ¿Qué cosas, abuelo? ¿Qué ha cambiado?

El abuelo, mira hacía la cocina, escucha las voces y las risas de la conversación de la cocina y comenta.

— Pues, verás, cuando yo era joven, las cosas no eran tan... cómo decirlo... tan revueltas. Primero porque con Franco no se podía hablar de política ni de nada. Pero claro, cuando se murió,  que yo ya estaba casado con la abuela y teníamos a la tío Celia y a Piluca, que tenía solo unos meses... Se abrió una ventana de esperanza, todos queriamos que España entera cambiase y fue cambiando.

Julia lo mira entusiasmada. Espera que el abuelo le cuente otra de sus historias...

— ¿Y  cambiaron? —pregunta, intrigada.

El abuelo Pepe sonríe, Julia sabe sacarle al abuelo la mejor de sus escasas sonrisas.

— Bueno, como te decía, después de la muerte de Franco, todo cambió de día en día, a los tres días se nombró al rey y este nombró como presidente del gobierno a su amigo Adolfo, Adolfo Suárez. Un hombre muy valiente. Yo creí mucho en él desde el primer momento, en sus primeros años. Gobernaba con mucha inteligencia, decía que había que abrir el país, para que  nos sintiésemos libres e iguales. Eso si que fué una gran sorpresa, lo de ser libres e iguales.

Julia no estaba muy segura de entender eso de iguales pero se limitó a preguntar.

— ¿Era bueno el señor Suárez? .

El abuelo asintió.

— Sí, Julia, sí, era bueno. Lo que consiguió hacer fue muy importante y muy difícil, ¿sabes? Pasó de una forma de gobernar cerrada, nos hizo pasar de aquellos tiempos de miedo a una democracia donde podíamos elegir a quien queríamos que gobernase y sí, eso era difícil y no estábamos muy preparados para vivir  en libertad. Suárez negoció con todo el mundo para conseguirlo, por eso, la gente lo respetaba mucho. A mí me dolió cuando se fue, porque sabíamos que  estaba intentando hacer lo mejor para todos.

Julia, sin entender del todo al abuelo, siguió preguntando.

— ¿Y qué pasó después? 

— Cuando dejó el gobierno Adolfo Suarez hubo un tiempo en que estuvo a punto de volver lo de antes pero el rey cortó por lo santo el intento y hubo unas elecciones verdaderamente libres en las que llegaron Felipe González y Alfonso Guerra —dijo el abuelo, pensativo—. Felipe, que era abogado laboralista, sabía muy bien lo que era luchar por los obreros, por la gente que trabaja duro. A él le preocupaba mucho la justicia social. Luego estaba Alfonso Guerra, que era más de libros, para que tú me entiendas, que hablaba muy bien y convencía con facilidad a todos, y los dos sabían lo que querían hacer.

El abuelo hizo una pausa, y Julia pensaba que el abuelo le estaba contando un cuento raro, diferente.

— ¿Y ellos lo hicieron bien? 

El abuelo asintió  lentamente.

— Sí, lo hicieron bien. Pero no era nada fácil, porque tenían mucha oposición, ¿sabes? Los que estaban de acuerdo con el que mandó tantos años haciendo lo que le daba la gana, no les dejaban tranquilos.

Julia,  frunció el ceño.

— ¿Pues vaya, entonces... el señor Suárez y el señor González eran amigos?

El abuelo sonrió otra vez.

— Bueno, no exactamente amigos, trabajaron juntos. En aquellos años todos tenían que colaborar.  Pero después, claro, cada uno tomó su camino.

Julia se estaba cansando un poco, por eso preguntó al abuelo con un poco de prisa.

— Pero, abuelo, ¿Ahora? ¿Qué pasa ahora?

El abuelo se quedó sorprendido, luego respondió:

— Ahora gobierna Pedro Sánchez... Este señor... tiene su propio estilo, claro. Pero la diferencia mayor es que ahora la política está llena de muchas voces. El señor Sánchez tiene que hacer malabares, Julia, ¿sabes lo que son los malabares?.

-Sí, abuelo, yo he visto a una chica en el parque que tiraba al aire aros de plástico y los iba cogiendo en el aire... Eso son los malabares ¿no?

 . Bueno, pues Pedro Sánchez, el señor que gobierna ahora... digamos que hace algo parecido, siempre hay un aro en el aire,  tiene que complacer a muchos políticos. No es como antes, cuando se podía decidir más fácilmente. Ahora, todo es un juego de "malabares". necesario para seguir mandando.

Julia, ve que el abuelo no quiere hablar mucho de eso de los malabares,  pero insiste.

— O sea, ¿que ahora se pelean más que antes?

El abuelo sonrie de nuevo.

— Pues sí, Julia, sí. Ahora se gritan más.  Pero, la política es como un baile. Y ahora... hay mucha gente bailando.

Julia asintió y se quedó mirando al abuelo con una sonrisa inocente.

— O sea, que si no me sale bien el baile, debo seguir intentándolo.

— Exactamente. A veces te caes, pero te levantas y sigues bailando.

Julia se levantó del suelo, abrazó a su abuelo y se dió media vuelta camino de la cocina porque, como dice la abuela Pi, en la cocina siempre se cae algo y estaban haciendo cosas ricas.


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