Federico observa a Laura

 

Federico observa a Laura

                        Un relato de José Luis RAMOS

Hace ya quince años que vivo solo, mi pobre madre se fue un día con la pena de cómo me dejaba. Pero, aunque ella faltó, me apañé, y sigo apañándome, aunque, para lo que no estoy preparado es para esta sorpresa. Al ver a Laura y su marido después de casi cuarenta años, me corrió un sudor frío por todo el cuerpo.

Y ahí están, sentados en un banco del parque, echando migas de pan a los gorriones y es que a ellos no les ha pasado por encima, como a mí... el vaticinio de mi madre... 

Espero y deseo que  Laura haya vivido feliz  con el vendedor de corbatas y ropa interior de señora...

 Mi Laura, aunque solo sea mía en el pensamiento. y viendo que la vida, al menos para mí , no fue nunca como yo quise, como ambos habíamos hablado. Si yo conseguía entrar en plantilla en una buena cafetería y ella trabajaba desde casa haciendo vestidos... Porque Laura tenía ya el titulo de Corte y Confección... 

Qué ironía del destino: uno se pasa la vida pretendiendo olvidar, adaptándose a su día a día y, de pronto, solo por la coincidencia de verlos ahí sentados en un banco del parque, como cualquier pareja de mayores, echando migas de pan a los gorriones, Laura con su pelo teñido de rubio,  su vestido de entretiempo, y sus manos desmigando pequeños pedacitos de pan, y a su lado, ese hombre mayor, elegante,  pelo cano y escaso y un traje azul de verano que sonríe mirándola a los ojos... Una tierna imagen de amor otoñal. 

Y yo... aquí, con estas manos que no supieron agarrarla cuando más la quería, yo, que no fui capaz de  plantar cara a su padre cuando me dijo: "Usted, joven, si bien se mira, no tiene nada que ofrecer a mi hija, se quieren, bien,  pero eso no da de comer. Sustituciones de camarero y un par de sueños mal dormidos..., no dejan de ser fantasías, joven, fantasías".
 Aquel hombre, el padre de Laura, me abofeteó así, porque hay frases que duelen más que bofetadas, y me lo dijo así,  sin adornos, y aquella tarde de domingo, en su salón de muebles oscuros y cortinas cerradas, la perdí, allí quedó, enfriándose, el café con leche:- —"¿Qué puede usted ofrecerle a mi hija? Nada. Media vida en la cola del paro". Y yo, no fui capaz de mirar a los ojos a aquel hombre y decirle que por su hija yo estaba dispuesto a... Pero no, di media vuelta y me marché de aquella casa para no volver  jamás, sin volver la cabeza. Podía haberle dicho que Laura y yo nos queríamos, que habíamos pensado trabajar los dos?, no hubiera servido de nada, ni él iba a creerme ni yo hubiese sido capaz de cumplir esa palabra a la vista de cómo se ha desarrollado mi vida hasta el día de hoy. Preferí dar la espantada pensando que así le hacía más suave la ruptura a Laura.

Después, en casa, mi madre, con esa resignación de mujer que ya ha visto demasiado, lo ratificó: 
"Esa niña es demasiado bonita para cargar con un mozo como tú, No puedes pretender que se queme los ojos cosiendo para malvivir. Fede. Yo creo que su padre, es un hombre sensato y desea lo mejor para su hija y tiene razón"
Todos tenían razón,  todos, menos Laura y yo.

De lo único que estaba seguro era de que ella me quería, Laura, era la única persona que me miraba como si  yo valiese algo. 

Cuatro meses después llegó a mis oidos que la cortejaba un tal  Isaías, un representante de corsetería y que ese sí era del agrado de su padre. Traje, coche y sonrisa de dientes al aire.

Y ahora, ahí están. Él a su lado, con su calva pulida y su traje azul. Echando, a la par, migas a los gorriones, como si les sobrara el tiempo, como si ya pudiesen pasar el resto de su vida en esa armonía de ancianos amables, estoy seguro de que no me han reconocido, ni se han dado cuenta de que les miro, ni de lo que me duele. Seguro.



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