HABLANDO ENTRE AMIGOS.
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HABLANDO ENTRE AMIGOS.
Un relato de Pepe Ramos
Mario está agobiado, tiene que enviar la crónica de hoy y no se le ocurre nada, el calor hace que le suden las manos, se mueve inquieto en la silla, mira hacia los ventiladores del techo, luego a los que ríen o hablan blasfemando en la barra del bar Pacheco.
Desde que vive solo escribe allí, siempre será mejor que darle a la tableta en la habitación de la pensión, sintiéndose un paria, que lo es, pero no le agrada reconocerlo, aún piensa que puede llegar a hacerse un nombre como periodista como ha sido el sueño de toda su vida.
Antes era distinto, antes, se ponía a trabajar en un despachito de casa, con el paquete de cigarrillos, el termo de café y la pila de periódicos para consultar, en un par de horas había escrito su crónica, antes era Mario de la Torre, ahora solo es Mario, el que escribe artículos que unas veces publican y otras no, trescientas palabras, cuatrocientas, cincuenta euros... y así va tirando.
No quiere traer de nuevo a la memoria la bronca que hizo que Mariela le pusiera la maleta en la calle, eso ya paso, ahora es otra cosa, ahora es un periodista por libre que, si quieren publicarle, cobra y si no, ayuna. Ya no quiere hacerse un nombre, se conforma con que le publiquen lo que envía y comer, pagar la pensión y el vino, solo eso aunque no sea suficiente para vivir.
Quiere olvidar que un mal día se hundió su vida para siempre. y hoy, la pantalla de la tableta está en blanco, pero aquella bronca lo puso en la calle y perdió todo, por eso trabaja allí, entre aquel barullo que ya no oye, ante una cerveza, a veces le sale algo medianamente decente y lo puede enviar al periódico, otras veces no, así anda, a salto de mata y esta tarde no le sale nada, suda, bufa, mira a un lado y otro buscando como arrancar, la pantalla de la tableta está en blanco.
El espejo de la pared refleja su imagen, está demacrado, su aspecto no puede ser mas desastroso, se deja barba por comodidad, para salir antes de la pensión sin tener que afeitarse. Una ducha rápida, ponerse la roma que está sobre la silla, los zapatos que estén más limpios y a la calle.
Ese es el Mario de la Torre que refleja el espejo del bar, antes era alguien al que saludaba todo el mundo, un periodista conocido.
De pronto, descubre al hombre que acaba de traspasar el umbral del bar, es Sergio Rodríguez, su amigo de la juventud, hicieron la carrera juntos, baja la cabeza, tiene la esperanza de que no le reconozca, con barba de ocho días no parece el mismo, tal vez tenga suerte.
Sergio acaba de entrar dubitativo, es un hombre, alto, bien vestido, mira a su alrededor y al ver a Mario, sorprendido, se precipita hacía él con mucha efusividad y los brazos abiertos.
Mario sabe, por amigos comunes, que ha regresado de sus viajes por el mundo, pero ahora, precisamente ahora, no le hace ninguna gracia verle, cuando lo tiene delante, evita la efusividad, se pone en pie y pone cara de sorpresa al tenderle la mano con una sonrisa forzada.
Sergio la estrecha con calor y toma asiendo frente a su viejo amigo Mario al que hace diez años que no ve, su compañero de estudios.
Mario lo observa sin ningún recato, ha cambiado, sigue siendo muy alto, "el jirafa", lo llamaban entonces, ahora está mas fuerte y algo cargado de espaldas, pero la sonrisa es la misma. Se sienta y levanta la mano en dirección al mostrador para pedir una bebida.
"Lo mismo, por favor"
Mario y Sergio se sonríen sin soltarse las manos, es un saludo mezcla de afecto y sorpresa. Mario piensa que, tal vez, la sorprendente aparición de su amigo pueda ser la crónica que enviará hoy, ¿por qué no? este hombre tendrá una vida muy interesante, diez años nada menos de rodar por el mundo dan para mucho.
"Diez años, tío"-, dijo Mario mirándole a los ojos.- "Y estás igual. Bueno, con más panza y menos pelo, pero igual".
Sergio sonríe socarrón.
"Y tú con esa pinta de profe, siempre con cara de estar a punto de escribir un artículo".
Mario se ruboriza, sin saber por qué, se siente pillado en falta, como si hubiese adivinado su situación.
Entre risas se van poniendo al día con anécdotas intrascendentes, agotan las cervezas. Sergio cuenta a Mario que en estos diez años ha vivido en Kiev antes de la invasión rusa de Ucrania, dos años en Egipto y otro año en París, ahora, un poco cansado de tanto viajar sin provecho, ha vuelto a Madrid.
"¿Sigues con los negocios esos de los que no quieres hablar nunca?" pregunta Mario.
"Sí, amigo, sí, pero me ha dado tiempo para leer algunas cosas tuyas en diversos medios, me alegro de que sigas en lo que siempre quisiste, por cierto. ¿Cómo te va?.- pregunta Sergio con cierta ambigüedad-,
"Regular, ya sabes que yo no soy de estar mucho tiempo en el mismo sitio, odio que nadie me mande, últimamente envío los textos a mi periódico como periodista asociado, si lo publican cobro, si no, ayuno... ¿Qué te parece? Triste, ¿no?.
"Hombre... -Sergio baja la vista al vaso, tiene un momento de indecisión, después comenta-, si te pagan bien y puedes permitirte esa provisionalidad..."
"Verás, yo siempre quise, lo sabes bien, hacerme un nombre en el periodismo de investigación, trabajar por libre tiene sus riesgos pero...-duda un momento antes de continuar, bebe un sorbo de cerveza y baja un poco la voz-, ahora intento hacerme un hueco... en internacional, me salen las cosas algo mejor, porque... lo que queda por contar en España de política ... es. -hace otra pausa-, demasiado triste...".
Fue entonces cuando Sergio preguntó con cierta sorna: "¿Internacional? "¿Y cómo ves lo de Estados Unidos?-, También tú estás con la histeria anti-Trump?"
Mario sabe, porque lo conoce, que lo está poniendo a prueba -por eso, procura contestar con calma:
"No es histeria. Es una preocupación legítima. Ese tipo es un populista, un narcisista y un empresario sin escrúpulos que ve el país como si fuese de su propiedad".
Mario se altera, sus orejas no pueden estar más rojas, casi moradas.
"¿Orden? ¿Un tipo que alienta asaltos al Capitolio y niega los resultados de las elecciones si no gana él? ¿Eso es orden para ti?"
"Eso, es una reacción",- dice Sergio, muy serio-. "Para una élite que lleva años robando y vendiendo al país. Trump representa a los pobres que están hartos. Como mucha gente aquí, por cierto".
Mario comprende que diez años en el extranjero han hecho cambiar mucho a su amigo. Se inclina un poco hacia adelante, y baja el tono, por temor a ser escuchado en las mesas vecinas.
"¿Aquí? ¿Te refieres a España?"
Sergio asiente.
"Claro. Mira lo que tenemos. Pactos de despacho, impunidad, justicia manipulada. Ahora se indulta al que conviene. Y los medios, o comprados o callados. Dime tú si esto no es una pantomima".
Mario se siente molesto pero habla con mucha calma.
"¿Y no crees que algo tiene que ver lo que venimos arrastrando? La Gürtel, los sobres... Aquello no fue humo. Fue corrupción institucionalizada".
Sergio soltó una risa amarga.
"¿Otra vez lo de Rajoy? Eso fue un montaje. Se lo cargaron con una moción exprés por una sentencia que ni siquiera era firme todavía. Y luego llegó el salvador de la patria, con su pacto Frankenstein nos llevó a estar como estamos".
Mario pone cara de asombro:
"¿Perdona?, lo de Rajoy se caía solo. Lo que vino después es otra cosa, pero no borra lo anterior"-, dijo Mario, ahora, alterado y sin preocuparse de si le oyen o no.
Sergio responde ya de mal humor:
"¿Y lo de ahora no te parece grave? Negociar con prófugos, regalar impunidad, gobernar con los que quieren romper España... Pero claro, eso es 'dialogar', ¿no? ¡Qué curioso cómo puede llegar a cambia el lenguaje!".
Mario no contesta. Mira a su amigo en silencio, un silencio largo mientras en el bar seguía sonando de fondo, ajeno a la incomodidad creciente entre los dos viejos amigos, el ruido de las siete de la tarde en un bar concurrido.
Desde la barra se colaban algunas conversaciones con claridad insólita.
"Dicen que a Santos Cerdán lo meten esta semana", dijo alguien.
"Y el de Waterloo, mientras tanto, dando lecciones por videollamada", responde el otro.
Sergio baja la mirada a su vaso vacío. Mario no se mueve.
Finalmente, Sergio se levanta sin decir palabra. Estira el brazo y ofrece la mano a Mario, mecánicamente. Mario la estrecha flojo e igual de seco. Se miran unos segundo, como quien confirma que lo que se rompió ya no tiene arreglo.
Sergio deja unas monedas en el mostrador y camina hacia la puerta. Mario sigue sentado y lo deja ir como si fuesen dos desconocidos que un día tuvieron una historia común pero que ya no hablan el mismo idioma.
Mario respira hondo, abre la tableta y comienza a escribir precipitadamente, sabe lo que va a decir su crónica mañana y que, probablemente lea con sorpresa Sergio Rodríguez.
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