LA GUARIDA

 

LA GUARIDA DE LOS VALIENTES.

 

En Villavieja del Bosque había vivido hace muchos, muchos años, el señor Diógenes, que era muy, muy rico, y en el pueblo tenía una casa muy grande, con un árbol muy frondoso en el patio, pero todo el tiempo que vivió allí tuvo muy mala fama, no consiguió nunca tener muchos amigos, por eso, un día se marchó y diez o doce años después, murió el señor Diógenes en Barcelona, y dejó en su testamento, la casa de la fábrica al pueblo, se enteraron porque un día de mucho calor, julio o agosto, un señor muy empingorotado, con un traje oscuro y corbata, se personó en el Ayuntamiento para entregar los papeles de la propiedad de la casa con fábrica y todo, al señor alcalde, se hicieron los trámites oportunos y desde entonces la casa de la fábrica de Lejía pasó a ser, la casa del maestro o maestra del pueblo.

Los siguientes maestros que hubo en el pueblo vivieron a pensión el el Bar Casimiro, no se fiaban mucho de aquel lugar tan grande y de aquella caldera de la que aún seguía hablando mal la gente, y nadie quiso entrar nunca en aquella casa hasta que llegó la última maestra, doña Angustias, una señora mayor, que no hizo ascos a vivir en la casa del maestro porque se ahorraba bastante dinero, la luz, el agua, y esas cosas las pagaba el ayuntamiento.

Al señor Casimiro no le hizo ninguna gracia y hasta se burlaba un poco de la buena señora maestra, decía a sus parroquianos que era una mujer muy suya.

Es que era fea, coja, bizca o algo así, abu?

-Bueno, ¿con qué te la compararía yo? ¿Ves una escoba puesta del revés?, pues así, más o menos, delgada, sería, con el pelo color zanahoria, y un grano rojo en la nariz…

Habiamos quedado en que lo de la lejía y lo de los niños que se ahogaron había pasado hacía muchos, muchos años, pero... los cuentos e historias que se cuentan en los pueblos en invierno y al amor de la lumbre pasan de padres a hijos y se van quedando ahí.

-Ahí, ¿donde? abuelo…

En la memoria de la gente.

-Bueno, ¿y no pasó más?

¡Quiá!, ahora viene lo último, cierra bien los ojos porque si no, por la mañana no vas a acordarte de nada.

-Sigue, sigue, abu

-Hará como dos o tres años que un grupo de gamberretes de la escuela, quisieron gastarle una broma a doña Angustias y no se les ocurrió otra cosa que explorar la casa del maestro, bueno, ahora, de la maestra, y un viernes, al atardecer, cuando la maestra se paseaba por el andén de la estación, como solía hacer cada día cerca de la hora en que llega el tren de Astorga, saltaron la verja. encendieron sus  linternas y fueron subiendo las escaleras de madera, un poco asustados por el ruido que hacían los escalones, de pronto, oyeron unos ruidos extraños, como si estuviesen distintos bichos haciendo ruidos, pero, no parecían ni gatos, ni perros, ni grillos, ni vacas, era... como todo mezclado, algo tan extraño  como si se estuviese rasgando papel, y también telas, al entrar en la primera habitación solo había juguetes antiguos y libros polvorientos, pero los extraños sonidos seguían.

 Algunos querían salir corriendo y olvidarse de la broma, pero, tras mirarse unos a otros,  decidieron seguir subiendo escaleras, tenían que ser fuertes y valientes, si no subían hasta el desván todos sus compañeros se iban a reír de ellos cuando lo contaran el lunes en la escuela, había que subir hasta el desván, seguro que aquellos estremecedores sonidos venían de allí. No podía ser otra cosa.

Con el corazón acelerado, poco a poco, fueron subiendo y al llegar ante la puerta del desván, no cabía duda, allí era donde estaba... lo que fuese, respiraron hondo, se miraron unos a otros y el más atrevido, "el tirillas" abrió la puerta de un golpe seco y se encontraron con algo inesperado: en el desván vivían una familia de murciélagos que se movían, gritando y saltando de viga en viga, unos se agitaban colgados por los pies, otros, de las alas. otros iban de viga en viga hasta caer al lado de los chicos que, asustados, se apartaban un poco.

A la vista de aquella algarabía de murciélagos todos quisieron echarse a reír, pero no les salió la risa, tenían la boca seca por el miedo que habían pasado.

Sin hacer caso de los niños, los murciélagos, seguían a lo suyo, se diría que querían distraerlos, se dejaban caer al suelo como aviones de papel, saltaban hacía ellos y, de pronto, cuando iban a chocar, se daban la vuelta y soltaban una extraña carcajada, se diría que eran murciélagos titiriteros, parecía que les estaban diciendo; Nosotros somos buenos, no tengaís miedo, somos unas criaturas inofensivas, solo un poco diferentes. Si jugais con nosotros lo vais a pasar muy bien, unios a nosotros, vamos, vamos a seguir jugando...

Desde entonces, doña Angustias, cuando sale a su paseo los domingos, se hace la distraída, deja la llave al lado de la ventana, junto a la parra de uvas verdes y los niños, que la están vigilando, en cuando da la vuelta suben al desván a jugar con sus amigos los murciélagos, todos los domingos,  pero solo los domingos y solo cuando la maestra sale a su paseo de la estación.

Desde entonces la casa de la maestra es La guarida de los valientes.

-Vaya, abu, creí que me iba a dar más miedo. ¿Me cuentas otro?

No, cariño, no, que se hace tarde y mañana hay cole. Un besito y a dormir.

 

 

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