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EL ACCIDENTE DEL SEÑOR ANSELMO

EL ACCIDENTE DEL SEÑOR ANSELMO  Pepe Ramos Cuando yo tenía siete u ocho años, pasábamos todo el santo día de Dios en la calle, revueltos en el polvo en verano y en el barro en invierno y, mientras una caja de cartón y una cuerda era un maravilloso coche y un montón de arena con dos piedras el más maravilloso campo de fútbol, en medios de nuestros juegos, respirábamos la vida que palpitaba a nuestro alrededor, quisicosas que a veces solo nos chocaban un poquito por aquello de la costumbre. Nos dábamos cuenta perfectamente de que antes del atardecer, Margarita, llamaba a   Carlos, Manolo y Tomás y   los metía, a empellones, para casa porque tenían que estar acostados antes de que llegara, casi siempre borracho, el señor Manolo, su marido, un hombre malhumorado que había perdido un brazo en la guerra. Eso formaba parte de la rutina, nos parecía normal, lo que nos sorprendió grandemente fue el accidente del señor Anselmo. Eso nos dejó descolocados unos cuantos días...

La despedida.

  La despedida    Hacía lo menos dos meses que Tomás se había enterado de "lo de Jaime" pero no había encontrado momento para acercarse a verlo, momento y ánimos, no es plato de gusto ir a ver a un amigo de vinos y tertulia en ese estado que le han dicho que está. -Tu verás, Tomás, pero el panorama es de agarrate que vienen curvas, más o menos, y ojalá me equivoque, está en las últimas. Por eso, cuando Tomás se acercó a ver a su amigo Jaime, tuvo que hacer de tripas corazón y respirar hondo. No le habían mentido, no. Jaime esta en penumbras y Tomás no logró ver nada en un primer momento, solo un rancio olor a cerrado y a medicinas, después,  poco a poco, va descubríendo, con mucha pena, la amarillenta cara de su amigo, su delgadez extrema, la mirada perdida en un punto indefinido. Se acercó a la cama y le dió, mirando para otro lado, una palmadita en el hombro, luego, tomó asiento en la silla que había a los pies de la cama,  es todo el saludo, que cr...

Una cosa lleva a la otra

Pseudónimo: Virgilio Justo La ambulancia del 112 atraviesa, a toda velocidad, la Avenida de Mirat en dirección al Hospital Clínico. En su interior, en la camilla, una mujer de unos sesenta y tantos años, va cubierta con una manta llena de lamparones y un aparatoso vendaje en la cabeza. Se agita inquieta mientras un hombre, relativamente joven, con un gesto cariñoso, presiona ligeramente el brazo derecho en el que está la aguja por la que un gotero deja caer, bastante rápido, un líquido acuoso. Es un hombre  bien vestido, delgado, de pelo canoso y gafas de concha, no ha sido capaz, desde su llegada al lugar del accidente, de articular una sola palabra, sólo cuando la ambulancia está a punto de entrar en el Centro Hospitalario, tras tragar saliva varias veces y con  voz ronca que él mismo no reconoce como propia, susurra. -Tranquila, mamá, tranquila, ya llegamos, intenta relajarte un poco, ha sido una caída muy grave y… Frente a él, la mujer, que en todo momento ha i...