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Mostrando entradas de 2013

La sorpresa

La sorpresa José-Luis Ramos Martín Un hombre orondo, sentado a la mesa del bar, toma su copa de coñac a pequeños sorbos, de pronto, se le acerca un joven con aspecto asustado y pregunta. -Señor González...¿Puedo... hablar con usted? -Sí, claro, faltaría mas. El joven, asustado, toma asiento frente al que toma coñac y habla con voz apenas audible. -Verá, no es fácil... yo quisiera decirle que... -¿Nos conocemos? -Sí,... de referencias, verá usted, yo... tengo interés por Ana... -¿Por mi mujer? -Sí, claro... si fuera otra Ana ¿le importaría? -No, en absoluto, pero ¿Qué clase de interés? El recién llegado duda, mira huidizo la copa de coñac, al fin se arranca. -Verá usted... Ana y yo... -Ana y usted... ¿se entienden? El hombre respira aliviado, se anima a proseguir. -En efecto... desde hace algún tiempo su mujer y yo... -Oiga, ¿no es capaz de terminar una frase? -Sí, si usted me deja. Hace algún tiempo... -Eso ya lo ha dicho antes. -¿Es que no...

Las batallas del abuelo

Las batallas del abuelo Pseudónimo: Virgilio Justo Dedicado a mi hija María, que apenas lo conoció. El abuelo era un hombre parsimonioso, usaba gafas de concha con cristales gruesos y vivía con el continúo recuerdos de las desgracias pasadas, valoraba muchísimo el calor de la calefacción central y cuando tenía con quien dialogar, sin prisas, sacaba siempre a relucir sus temas recurrentes. Cuando dejó Montejo de Salvatierra al casarse ya hacía años que habían fallecido sus padres, su hermano Pedro estaba casado y tenía sus   hijos y él consideró que debía hacer lo propio, “cuantas veces le habré oído decir lo de recogerse”, era la obsesión de su madre, la pobre había fallecido hacía algunos años “a resultas de una tormenta” y aquel había sido el primer drama familiar del abuelo. Cuando hacía buen tiempo, salía, paseando lentamente hacía las afueras y allí, sentado en el primer banco que viese ocupado, cogía caraba con la primera persona que le cayese a tiro, pre...

El rentero, Breve sainete en un acto.

        En escena una mesa y algunas sillas. María, una mujer de mediana edad, puede estar haciendo punto o sentada a la mesa leyendo algo, unos segundos de silencio y de pronto, entra en escena corriendo Urbano, el marido, como si le persiguieran. MARIA.- (Llevándose las manos a la cabeza asustada) Jesús, María y José... ¡Cómo vienes Urbano... ¿Tú te has visto? URBANO.- (Sentándose en una silla junto a la mesa y bufando). Déjame, María, déjame que estoy... que no respondo de mí... Estaba en el bar con Evaristo, el rentero, charlando amigablemente y de pronto, como por decir algo, me sale con que, ya sabré yo que como le han despedio del trabajo, que no voy a poder contar con los quinientos de la renta de este mes, que si encuentra algo por ahí, alguna chapucilla, que sí, que él es de fiar y que me dará lo que buenamente pueda, tampoco es cosa de que se queden los cinco de familia sin comer... pero que algo, a lo mejor... puede darme si ...